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Una biblioteca algo extraña

Estudié en la Escuela Modelo los años 40 con el Dr. Eduardo Tello Solís (q.e.p.d.). Gran amigo, su gran pasión era la lectura; más que la lectura la escritura, sobre todo la histórica, los hechos trágicos o no, ocurridos en Yucatán a partir de la conquista española.

Acudía a cuanta biblioteca estuviera a su alcance y pasaba revista a cuanto libro contuviera datos y copias de documentos de la conquista, de los gobernadores de la Colonia, de la vida desgraciada del indio maya de aquellos días, aunque asimismo gustaba de escribir novelas y la parte histórica ocurrida en ellas. “Guayo” tenía mucho por delante, pudo haber redactado una docena de novelas y la historia de sus viejas y de su vida política, pero ser relativamente joven se lo impidió.

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Hombre religioso, acostumbraba visitar a los prelados de su época, guardando respetuosa amistad con todos ellos. Con el primero que trató fue con el Arzobispo Fernando Ruiz Solórzano, al cual visitaba con constancia.

La primera vez que lo visitó en su hermosa residencia de la Avenida Pérez Ponce, D. Fernando lo invitó a conocer la casa:

Mira, Eduardo -hablaba el prelado- este amplio espacio es la sala.
-Amplia en verdad -respondió “Guayo” sorprendido.
-Esto que sigue -continuó D. Fernando- es el comedor y enseguida viene la cocina. Hay varias habitaciones para nuestros visitantes y aquella que ves es la terraza, una de varias.

El tour fue largo y explicativo, pero Eduardo lo que deseaba ahora era conocer la biblioteca de Ruiz Solórzano, que no le había mostrado.

-Bien, “Guayo” -repuso don Fernando mientras abría una ancha puerta bellamente adornada-. He aquí mi biblioteca, donde leo sin que nada me perturbe.

Y detrás de la ancha puerta estaba nada menos que el baño de don Fernando, todo lleno de libros, lo que leía el arzobispo: ¡esa era la biblioteca del prelado, algo que asombró a nuestro amigo!

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