Cuando me quedé solo, no sentí ningunas ganas de salir a la calle a buscar a mis amigos, por el contrario, hasta la idea nos repugnaba y se me hacían odiosos los muchachos. Imaginando hablar de ella sin respeto, con ociosa curiosidad. Además, necesitaba emplear bien el rato antes de que volviera mi madre.
Arranqué una hoja de mi cuaderno y con una pluma, dominado por una fe que rápidamente me llegó sin saber de dónde, y que antes nunca sentí nada más que cuando escribí una carta para pedir a Santa Claus, el conocer a la jovencita Cristina, y que luego se hiciera amiga de mí y yo pidiera entrar a su casa, sentir su confianza y calor, y me enseñara, me dejara tocar y oler tantas cosas bonitas que tiene su cabello y perfumes, no resultó fácil. Primero me turbó eso de escribir “querida”, pues fácilmente descubriría la mentira, ya que jamás me había atrevido si quiera a hablarle por considerarlo inútil, por lo tanto hice de lado tranquilamente esa palabra, peor fue la turbación que me asaltó cuando recordé la plática de uno de los muchachos al referirnos el otro día, con gran misterio, que había escrito una carta para pedirle a una chica que fuera su novia. Y que no hallaba cómo entregársela, no sé porque se me vino eso a la cabeza y me hizo temblar de vergüenza el pensar y escribir eso de mi cariño y amor, tocar y oler… ¡Si llegara mi madre y sorprendiera mis renglones! El más ligero ruido me hacía esconderlos. Acabé muy deprisa y guardé la carta donde nadie la pudiera encontrar. Metí la carta en un cuaderno y chiflé tratando de no hacerme un delito cuando mi madre regresara y me preguntara qué había hecho en su ausencia.
La espera se me hizo eterna. Siempre han sido para mí eternos los días de espera. Eternos y tristes. En el año, la única época que me ofrece motivo de gusto es la Noche Buena. Son para mí como monumentos. ¡Ay! El monumento amenazado. El nombre prohibido: Cristina.
¿Por qué le dirán la chica si es una mujer?, ¿Una espléndida mujer que podría estar ya casada? No deja de ser bonito decirle chica, con cariño. ¡Con Cariño! ¡Amor! ¿Qué palabra tan fuera de uso acude a mi mente desde ayer, agravando mi demencia de hablar solo, si en realidad cariño, amor, qué significa? En realidad, no lo sé. Pero lo siento.