Cultura

Camiones de antaño

Hace muchos años, cuando era niño, el sistema de transporte urbano (camiones) era bastante diferente a lo que existe hoy en día. Solamente existían dos líneas: Unión de Camioneros de Yucatán, fundada por Don Fernando Vargas Ocampo, y la Alianza de Camioneros de Yucatán, de Don Santiago Manzanero. Los de la Unión eran de color blanco y gris y unos cuantos de amarillo, que eran los “especiales”.

Por entonces ambas líneas de camiones tenían dos tipos de paraderos, el Centro y el barrio. Los de la Unión se estacionaban en el Pasaje de la Revolución y su ruta era generalmente hacia el norte de la Ciudad, y los de la Alianza, enfrente de la Casa de Montejo, y eran de color rojo y blanco.

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Ambos paraderos tenían enfrente a sendas neverías. Los de la Alianza, a la “Tropical”, y los de la Unión, a la “Vita milk”. Ambos sitios de reunión de la juventud de aquel entonces, enloquecida por el rock and roll. Todo el tiempo se escuchaba en las rocolas (traga veintes) las canciones de moda, como “La hiedra venenosa”, “Confidente de secundaria”, “Vuelve primavera” y otras.

En aquellos ayeres, todo era tan calmado, que para abordar cualquiera de los transportes no conocíamos las colas (filas), se formaba un moloch y se subía dando paso al vecino, sin ningún asomo de violencia.

Hablaré de los camiones de la Unión, ya que sinceramente no creo haberme subido a ningún camión rojo, más que una o dos veces quizá. Principalmente el de Itzimná y el de 62 García Ginerés. Ya adentro, el pago era en un recipiente con una ranura en la que se depositaban las monedas que caían en un mecanismo de zigzag, como hoy se usa en EU. El precio era de 15 centavos, con credencial de estudiante, y 20 normal. El camionero, elegantemente vestido, camisa blanca, pantalón gris, corbata y gorra. Muchos de estos eran propietarios de su camión. En su inmensa mayoría adultos y muy amables. Exactamente como es hoy… ¡Ajá!

Actualmente existe un letrero: “estimado pasajero, exija (juar juar) un trato eficiente (juar juar) y amable”. Una prrrrrr (trompetilla). Los asientos estaban dispuestos en filas, unos enfrente de otros. Para timbrar bajada se jalaba un mecate. Había ocasiones en que íbamos como sardinas, excepto en el especial, donde no iban parados y costaba 25 centavos. En aquel achocamiento, que terminaron en bien avenidos matrimonios.

Era de lo más común observar durante el viaje a alguna mestiza, una mujer evidentemente humilde, dándole chuchú a sus bonitos nenés, sin ningún pudor. Y nadie las miraba como algo extraño. Hoy, nueva moda entre las aspirantes a “fifís”.

Ya platicamos que salían del Centro y, por ejemplo, el de Itzimná, al llegar al Parque se estacionaba y el camionero se sentaba a tomar un sabroso granizado en el puesto del Tigre y el de San Cosme (62), lo hacía al final de la García Ginerés, frente a un monte en donde los chiquitos pescaban pájaros con su boca-trampa. Estos eran del barrio. Jamás un camionero sería capaz de poner a todo volumen esa horrenda música arrabalera con la que nos ataca uno de los personajes de lo más prepotente y grosero de la Mérida de hoy: los camioneros.

¿Mejor o peor que ahora? Casi siempre, digo no, diferente. ¡Pero aquí tengo que decir que sí, peor!

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