Desde el presidente Peña Nieto, muchos de los políticos que le han seguido en los cargos de elección popular, son jóvenes, a veces, demasiado jóvenes.
La juventud del político rompió el hito de la adultez, como punto necesario de madurez, para la correcta toma de decisiones, en la complejidad y multiculturalidad de un país como el nuestro.
Hemos sido testigos del desfile de jóvenes, hombres y mujeres en la responsabilidad de la gobernanza, que han transformado la conducta en todo lo relacionado con la política tradicional.
En dos aspectos ha sido notorio el cambio de conducta de los políticos contemporáneos, en la vestimenta y el lenguaje. En el caso de Yucatán, se puso de lado la guayabera, y su lugar fue ocupado por las camisas lisas y las vaqueras, el pantalón de mezclilla y el cinturón de piel, delgado. En el lenguaje, las palabras consideradas ofensivas, insultos y vulgaridades, pasaron a ocupar el lugar de la retórica, la metáfora o el lenguaje de “gente bien educada”.
Pero, el cambio más notorio es de la prisa que tienen los jóvenes políticos por ocupar los cargos de la más alta responsabilidad. “Parece que se les va a acabar el mundo”, diría mi mamá.
Los políticos viejos sabían esperar, pacientemente, hasta que les tocara ser candidatos a presidente municipal o gobernador de una entidad.
En la actualidad, si un joven político no obtiene la candidatura deseada, se cambia de partido, amenaza con descarrilar a su partido de origen y se lanzan como candidatos por otra opción, aunque no logren, en su nueva agrupación política, el éxito en las urnas.
En Yucatán tenemos múltiples ejemplos de eso, y quizá Liborio Vidal resulte ser el más destacado de todos ellos. No obtiene la responsabilidad política que quiere, pero logra puestos que le aseguran beneficios económicos. ¿Eso es lo que quiere, o eso es lo que necesita? Al paso que va, no lo visualizo como gobernador de Yucatán.
Y el lenguaje justificatorio a tal actitud es de alta y sofisticada demagogia, esa que resulta ser el éxtasis del lenguaje surgido del atole con el dedo. En ese lenguaje ellos siempre resultan, como actores, con una actuación suprema, y nosotros, los espectadores, verdaderos idiotas dispuestos a tomar como auténticas las justificaciones de tales decisiones.
Marcelo Ebrard es el caso más sonado en estos últimos tiempos.
¿No podrán pensar, que, siendo tan jóvenes, en los próximos tiempos políticos podrían lograr su ambición, siendo aún jóvenes?