Dedicado a Joandra, que quiso ser escritora y no lo fue, porque le fue arrebatada su vocación por las injurias y obligaciones que le hizo el maestro del taller. Si no diferentes de las que adornan al común de los mortales, el escritor ha de poseer algunas cualidades en un grado mayor que los demás.
Debe contar con gran inteligencia que le suministre claras nociones de ser un reflejo de la Sociedad, que lo lleve a distinguir lo esencial de lo accidental en la manifestación de sus textos, que lo conduzca a seleccionar los medios más aptos en la composición, que lo oriente a encerrar ideas en símbolos y figuras, y operaciones todas que presuponen actos intelectuales.
Debe gozar de una sensibilidad que abra su alma a los sentimientos de admiración ante el espectáculo de la vida cotidiana, que le permita impresionarse fácilmente así ante lo bello como en lo feo artístico y comunicar a los demás sus impresiones. Si quiere acertar con el verdadero acento al reproducir los afectos y emociones humanos, es necesario que los haya sentido antes o que, al menos, sea capaz de sentirlos. Debe tener y en grado eminente imaginación y fantasía, las facultades estéticas por excelencia. Por medio de las primeras combina las imágenes adquiridas y crea otras nuevas. Con la segunda reproduce las imágenes de los objetos dándoles formas sensibles.
Debe poseer excelente memoria. Ni la imaginación ni la fantasía pueden producir sin elementos de composición. Y para ello necesita de la facultad de la memoria. A fin de retener cuantos datos, conocimientos, hechos y elementos de juicio haya adquirido por la observación, la lectura y el estudio. Buen gusto, vocación, habilidad e inspiración. Esta última es el estado en que se encuentra el escritor, donde están en plena actividad todas sus facultades. Y por sobretodo tener una buena historia y por encima de esto último, además, la premisa de que todo lo que se entiende está bien escrito y lo que no se entiende está mal escrito…. Aunque para los “culturus” esté bien escrito.