Fue en épocas del Dr. Francisco Luna Kan. Estaba en su oficina como gobernador del Estado (1976-1982) atendiendo mil asuntos oficiales, firmando nombramientos, autorizando nuevos mesabancos para una escuela pobre de un pueblo. Firmaba y firmaba, rodeado de padres de familia, maestros en los trámites de jubilación, nombrando a tal o cual maestro para dar clase de gramática, etc., etc., etc.
Como no tenía a mano su plumafuente, pidió prestada una para estampar su firma y el primero que le ofreció la suya fue el recién fallecido amigo Alvaromar Betancourt que el gobernador aceptó agradecido pues los papeles y documentos se apilaban con una rapidez asombrosa. (Paréntesis: el querido y amistoso Alvaromar acaba de fallecer por lo que ofrecemos a Mimí, su esposa, nuestras más profundas condolencias)
Y el Dr. Luna seguía firmando y firmando.
Concluyó la audiencia y todos se regresaron a sus casas. De pronto se supo que el gobernador buscaba con ansiedad a Alvaromar. Por órdenes suyas iban a todas las oficinas preguntando por él:
-¿Has visto a Alvaromar, Pedrito?
-No desde esta mañana. ¿Por qué?
-No soy yo; el gobernador lo necesita.
-Preguntaré si lo han visto mis cuates de café.
Buscaron y buscaron. Preguntaron también en las oficinas federales, en la Judicial, con don Ernesto Abreu, con los viejos maestros y líderes priístas y nadie lo había visto. No podían precisar dónde encontrarlo. Después de muchas horas el propio Alvaromar escuchó que el Dr. Luna lo buscaba incansablemente y a toda carrera acudió y se presentó en la oficina donde se le buscaba y entrando desesperadamente se dirigió al escritorio gubernamental donde halló al Dr. trabajando:
-¡Sr. gobernador! -preguntó- ¿que Ud. me anda buscando?
Y la respuesta del gobernante, con toda calma, fue:
–Sí hombre, te estaba buscando porque al retirarte hoy de la sesión de firmas, olvidaste tu bolígrafo… el que me prestaste para las firmas…