Nosotros conocimos al Licdo. Manzanilla Schaffer, pero jamás lo tratamos. Tenía un porte distinguido, un trato al parecer afable y se pasaba la mayor parte de su desempeño en su despacho.
Era culto, sobre todo en cuanto a política, poco sonriente y vestía con cierta elegancia. Fue gobernador de Yucatán por tres años, después del período de Víctor Cervera y ocupó tantos puestos políticos, que perdimos la cuenta y sólo recordamos los de senador, diputado y desde luego, el de gobernador de tres años.
Caminaba con seriedad con ropas ciertamente elegantes. Durante su período o mini-período hizo pocas obras y firmó muchos documentos. Trajo gente de la Ciudad de México, cófrades suyos, para gobernar Yucatán, con algunas excepciones como nuestros inolvidable amigo y ex-condiscípulo en la Escuela Primaria, al Profesor Adonay Cetina, persona híper-amable (como lo dicen hoy); era también escritor, historiador y periodista, además de un gran conversador.
Manzanilla le otorgó el cargo de Director de Cultura del Estado de Yucatán y lo hacía acudir a todas las reuniones culturales quizás porque conocía en persona a todos los intelectuales de Yucatán y así pasó los tres años.
Bajo su mando funcionó bastante bien la Dirección de Artesanías de Yucatán, por lo que tenía que hacer constantes viajes a los municipios donde se hacían o hacen las mejores artesanías y esto, claro, atraía mucho turismo.
Una mañana, Manzanilla tuvo que acudir a la Dirección de Cultura pues ahí se habían acumulado contratos y documentos atingentes a los asuntos culturales, documentos que tuvo que firmar uno por uno, lo cual comenzó a hacer, pero algo le ocurría a la pluma que le brindó Adonay para firmarlos. La pluma era una pluma cualquiera y comenzó a fallar, raspando los papeles que firmaba y a la tercera o cuarta falla, Manzanilla arrojó la dichosa pluma, quejándose de que era “una porquería que no servía para nada” y claro, le ofrecieron otra pluma, quizás de marca Schaffer, como el apellido del malgeniudo gobernador.