De que hemos perdido, hemos perdido mucha personalidad suresteña e identidad local, sobre todo. Y esto último, probablemente, ya ni se entiende qué es.
La identidad la entiendo muy bien en la cocina, sus guisos que llevan especies seleccionadas del entorno o con producto atávicos adquiridos del poder expansionista de potencias ancestrales. Ciertas especias las llevaron los españoles a Europa, de muchos de sus viajes por ultramar y las incorporaron a sus guisos, por lo menos, del siglo XVII a la fecha. Aunque Marco Polo y su trabajo mercante fue anterior, y también introdujo productos culinarios a Europa.
En ese contexto, el verde maya identifica la obra plástica de esa cultura. Y así, iríamos con el achiote, el epazote, el zaramullo, el caimito y un largo etcétera, que nos hacía únicos en el panorama nacional. La gente antigua decía, “ah, pero, esto no es así”, y si se trataba de comida, la ponía de lado, no la tocaban. El sabor tenía que ser regional.
Con ese riguroso respeto se asumían las festividades locales, desarrolladas con una filosofía de sincretismo profundo.
Sucede que ni la celebración del Halloween en Yucatán, promovido por muchas escuelas vinculadas con el extranjero, lograron poner de lado el Hanal Pixán, pero sí lo ha logrado el Ayuntamiento de Mérida, con el Paseo de las Ánimas, que tiene como personaje central a la calavera, personaje cultural inventado por José Guadalupe Posada para satirizar asuntos políticos y económicos de su tiempo.
Más adelante, Diego Rivera, al pintar el mural Paseo por la Alameda, introdujo a la calavera catrina, también, como una burla a cierta clase social. No hay que olvidar que Diego era socialista-estalinista.
Entra en escena el psicólogo, declamador y maestro Rubén Chacón Salazar, quien siendo director del CEDART-Mérida, viaja a la capital, conoce el mural de Rivera, se impresiona con la obra y tiene la ocurrencia de introducirla dentro de las festividades meridanas del Hanal Pixán. El primer evento fue algo raro, porque la catrina la hizo un hombre, me parece que fue el actor Enrique Cascante, y su charro fue el joven Juan Alberto Bermejo, hijo del luchador de izquierda del mismo nombre y apellido. Se hizo un derrotero de la Plaza Grande al parque de Santa Lucía, se soltaban globos en el andar y la charanga de Colito amenizaba la locura de Rubén Chacón. Luego se introdujo el delirio teatral, una especie de obra de teatro regional, utilizando todo el anecdotario referente a las ánimas de Yucatán.
Al presente, el Paseo de las Ánimas de Mérida no tiene nada de diferente con el que se hace en otras partes de la república. Lo que cambia, es que en lugar traje de oaxaqueña o chiapaneca, aquí, se ponen un hipil o terno. Lo faltante para ser una celebración igual a todas, es que se vendan buñuelos chilangos, algodones y calaveritas de azúcar, plátanos machos con leche condensada, camotes horneados y…tantán… Se ha logrado que seamos una autentica provincia regida por la metrópoli ubicada en Ciudad México. Chao, identidad yucateca, arriba el pozolazo, el mole, el pan de muerto y la rosca de reyes. Seremos una estrella más en la constelación chilanga. La identidad se pierde por la búsqueda de una novedad… comercial.