Ayer: esos domingos. Hoy: otras mil diversiones.
Es imposible tratar de olvidar aquellas matinés cinematográficas de hace cincuenta o más años.
Era toda una fiesta con las numerosas salas de cine de cuando apenas comenzaba el cinemascope con sus inmensas pantallas y su gran sonido, aunque no tan escandaloso cono el de hoy.
Y lo repetíamos: los domingos por la mañana y por la tarde eran los favoritos de la chiquillada en salas como el Mérida, el Peón Contreras, el Apolo (un poco posterior a las demás), el Rex, en Santiago, que era amplísimo; el Rialto, modesto pero favorito de los humildes del barrio de Santiago (ya había desaparecido tiempo ha aquella bocaza que hacía el papel de entrada al cine en otros tiempos), el Cantarell, para las familias “decentes” aunque ahí se colaban muchos “indecentes”, y el Esmeralda, otro cine para gente sin mucha plata.
La Matiné
En Santa Ana, las matinés de los domingos se colmaban en su totalidad, claro, eran puros chilpayates, muchos con sus padres, tíos o abuelos. Y su cartelera era activísima pues satisfacía la euforia de los menores con los filmes de Tarzán (con su Jane, su Chita y aquel hoy Johnnie Shefield que le hacía de hijo de Tarzán). No pregunten cómo se crearon estos últimos dos personajes siendo Tarzán, al principio, un solterón, pero ahí estaban. Veíamos a El Fantasma, cuya historieta figuraba el mismo domingo en las páginas del Diario de Yucatán; no faltaban los humoristas como Cuarto y Comida, Educando a papá, con su inseparable doña Ramona, adoradora de algo que don Pancho aborrecía: la Ópera. Y no olvidemos a Angelito, un bebé que ya figuraba en los cómics, pero que nunca tuvimos que ver en el cine.
Hoy
En nuestros días lucen sus galas tres o cuatro salas con una mayor pantalla y un sonido -ya lo dijimos- que nos puede dejar sordos.