¡Nada más ni nada menos que una barbaridad! Y esto ocurría al comenzar el siglo XX en una enorme hacienda aquí mismo en Yucatán. Eran los peones de la hacienda mientras el propietario, el amo, dormía sabrosamente en su cama de baldaquines sin que ni una mosca irrumpiera en su sueño. ¡Vaya! Así lo observó y lo escribió Turner es su espeluznante libro “México Bárbaro”, cuya edición original, toda o en partes, seguramente ha de haber parado en el fuego.
Más ya avanzada la centuria, la prohibición de su publicación pasó a la historia con la libertad de prensa y salieron las reediciones. Hoy hay muchas.
Al ocultarse el sol en aquella época, los peones ya no tenían otra cosa que dormir y para eso estaban las trescientas hamacas de cáñamo o de sosquil colgadas de las paredes del gran corredor de la hacienda en su casa principal.
Los peones no podían dejar la hacienda para ir de compras al pueblo más cercano porque estaban obligados a comprar en la tienda de raya o de la misma hacienda, con los precios más elevados sin que hubiera otra opción. Veamos este diálogo:
-Oye Diódoro ¿trabajas para mí o para alguien más?
-Para usté, patrón, para usté nomás.
-Entonces, ¿por qué fuiste a la tienda del pueblo a comprar tus “tiliches” en lugar de hacerlo en nuestra tienda?
El peón no supo que decir, pero el patrón, como castigo, hizo dar 50 chicotazos a su empleado: “Para que no se repita”.
Vale la pena leer “México Bárbaro” en lo atingente a Yucatán. Se aprende mucho.