En algunas de nuestras secciones pasadas aludimos brevemente de la historia de los bares en nuestra ciudad, sus clientes y sus camareros, especialmente las mujeres. Dijimos algo acerca de las cantinas de finales del siglo XIX y comienzos del XX, cuando en los bares sólo los frecuentaban hombres, los duelos eran hombres y toda la servidumbre también la constituían personas del sexo masculino.
Dijimos también que no es hasta principios del XX, la cantina muy de moda entonces “Ambos mundos” “revuelve el cazonal” permitiendo la admisión (o mejor dicho el mostrador). El escándalo fue mayúsculo pero no tanto y pronto otras cantinas contrataban féminas para la chamba de meseras, pero con la condición de que fueran bonitas y amables con la clientela. Claro, no todos consiguieron lo que querían pues no faltaban las meseras de muchos kilos y algunas feúchas, pero estas damas laboraban más bien en cantinuchas o casas de mala nota, que ya las había.
Pero Mérida es Mérida y sigue siendo Mérida con sus hábitos conservadores y cierta mojigatería, y tanto las damas de sociedad como las de la clase media criticaron la presencia de las mujeres a la hora y en el lugar de tomar la “cheva” y pronto, o muy pronto, fueron despedidas las chicas (ante la intromisión de la autoridad) y regresó el tiempo del XIX cuando sólo los hombres tenían el derecho de entrar y salir de las cantinas y a las mujeres les hicieron a un lado. Igual ocurrió con las camareras que fueron suplidas con bartenders, como llaman en inglés a los que dan el servicio.
Fue hasta mediados del siglo pasado cuando el “popular” cocktelero conocido como Mecho, se atrevió a revertir la situación y comenzó a contratar a mujeres para “meserear”, y ya en nuestro tiempo se abrieron los bares, nighclubs y demás “emborrachadurías” a todo mundo. Ahora los bares se parecen a los de los Estados Unidos y cualquiera es libre de acomodarse a su mesa favorita y ser servido (a) por alguna dama.