¡OREMOS AL SEÑOR! ¡SEÑOR, TEN PIEDAD!
Padre Santísimo: ¡Bendito y glorioso despertar en compañía de todos los tuyos que ya duermen en la esperanza viva de una feliz resurrección en la segunda venida de Tu Hijo Amado!
Hoy ya estamos en plena celebración de todos nuestros seres amados que ya has llamado al descanso bienaventurado. Los recordamos con cariño, porque gracias a Ti, ellos formaron parte de nuestra familia en la tierra y pronto estaremos con ellos en esa espera del toque de la trompeta final que nos convoque a ese glorioso y sensacional despertar al día sin final de Tu reino celestial. Esta gran verdad nos motiva a proseguir nuestra vida con un renovado, fuerte y vivo impulso a estar en este concierto de los que vibramos de gozo, porque mientras llega ese llamado a la otra dimensión de nuestra existencia, nuestro vivir es y será en Cristo, Tu Hijo Amado. ¡Qué momentos tan especiales nos toca en suerte vivir! ¡Somos seres afortunados que, gracias a las enseñanzas de Tu Hijo Amado, estamos aprendiendo y entre más vivimos, más comprendemos que el misterio de la vida es acercarnos a Ti, la Fuente de la luz, de la Vida, ¡de la Verdad y del Amor!
¿Por qué celebramos a los que ya duermen en la esperanza? Porque ellos, ¡NO ESTÁN MUERTOS! Ellos viven en otro estado, en otra dimensión. Solo están muertos quienes así lo decidieron y no tuvieron valor de luchar para vivir, sino que siempre estuvieron derribados, desalentados, sin esperanza y resignados a abrazar su suerte. ¡Ya eran cadáveres vivientes!
Nosotros Tus hijos nos alegramos con nuestros seres queridos y los traemos a nuestra memoria, porque ellos viven en Ti y el misterio de ultratumba está velado a nuestras mentes, porque vivimos en la fe y la fe nos hace visualizar el mundo maravilloso de vida eterna, bendita, feliz y de perfección. Allí no existe el desorden del pecado, propio de nuestro mundo. Allí es una vida plena, abundante, sin sombras, sin estorbos, sin cansancio, sin enfermedad, sin dolor, sin penas, sin temores, sin maldad y sin injusticias. Es por ello que, festejamos a nuestros familiares y amigos, porque están descansando en Tu regazo. Allí Tú les enjugaste sus lágrimas y los consolaste en la espera bienaventurada. Ya Tu apóstol San Juan nos lo reveló: «¡Aquí, entre los seres humanos, está el santuario de Dios! Él habitará en medio de ellos y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios. Él enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte ni llanto, tampoco lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir». (Apocalipsis 21: 3-4).
Estamos de plácemes con todos nuestros seres benditos, porque no han fallecido, n han muerto, sino que están vivos en otra dimensión: “Pero en cuanto a la resurrección de los muertos, ¿no han leído lo que Dios les dijo a ustedes: “Yo soy el Dios de Abraham, ¿de Isaac y de Jacob”? ¡ÉL NO ES DIOS DE MUERTOS, SINO DE VIVOS!” (San Mateo 22:31-32).
Gracias, Padre Santísimo, porque nos has revelado la razón poderosa de celebrarlos y estar en comunión con ellos, porque ¡NO HAN MUERTO Y EN OTRA DIMENSIÓN SE ENCUENTRAN VIVOS Y EN LA ESPERANZA FIRME DE UNA VIDA DE EXCELENCIA! Es por ello que a Ti elevamos nuestras plegarias, pero no con tristeza, sino con la plena certeza de que tanto ellos como nosotros somos Tus hijos y tenemos la misma esperanza, el mismo destino y las mismas oportunidades de vivir para siempre. Mientras estamos en este mundo, exclamamos seguros: “¡No moriré, sino que viviré para contar lo que hizo el Señor! (Salmo 118:17).
¡Gracias Padre Bendito! ¡Que, en las moradas eternas, nuestros seres queridos gocen de Ti, reposen en Ti, maduren en Ti y obtengan el premio de la gloriosa resurrección a la Vida verdadera y bienaventurada! Amén.