Cultura

La viuda por antonomasia: Concepción Lombardo de Miramón

“Péguese mi lengua a mi boca si llegara a olvidarte” decía la inscripción de la caja donde Concha (como le gustaba la nombraran) Lombardo, viuda del general Miguel Miramón guardaba con celo los doce cuadernos con sus memorias.

La importancia de esos escritos radica en que, a diferencia de otras mujeres más conocidas, que a través de la historia defendieron la posición de la insurgencia independista, de los liberales reformistas o de las que combatieron a los extranjeros que intentaron invadir y gobernar México, su posición fue a favor de los realistas y conservadores. Por supuesto estas inclinaciones eran producto de la influencia tanto de su padre, como de su esposo, por las posiciones políticas e incluso con las armas, que defendieron. Pocas son las mujeres que dejaron constancia de ese punto de vista, por lo que sus Memorias nos permiten conocer la situación y el pensamiento de una parte de las mujeres mexicanas del siglo XIX, desde una posición privilegiada, pero no exenta de penas, abusos y sometimientos.

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Ella no pudo evitar presumir en su primer cuaderno a sus ilustres ancestros, ya que tanto del lado materno como paternos eran nobles extranjeros, de una familia irlandesa el padre y de la casa española del Marqués de San Felipe la madre. Su padre era un prestigioso abogado que firmó el acta de Independencia, pero después se distanció de Iturbide, más adelante fue gran admirador y amigo de Antonio López de Santa Anna quien lo hizo ministro. A su madre la describe como una de las mujeres más hermosas de su tiempo, pero poco “dulce”. Al perder la familia su fortuna la casan muy joven, a los quince años sale del convento para unirse con el abogado Lombardo, suscribiéndose su vida a ser periódicamente madre y cumplir con las obligaciones sociales que la posición de su marido requería. Doce hijos tuvieron Francisco y Germana, naciendo Conchita el 8 de noviembre del año 1835 siendo el número seis.

Conchita desde muy pequeña demostró tener un carácter alegre, desenvuelto, audaz y rebelde, características que, a través de los años y las circunstancias de su vida le intentaron “domar”. Tanto sus padres, sus confesores, como las amigas monjas y los enamorados, de alguna u otra manera, no permitían que ninguna mujer se saliera de los cánones establecidos y se oponían a la costumbre de Conchita, que siempre decía las cosas como las pensaba.

La forma de vida, las oportunidades de estudio y progreso para las mujeres mexicanas, no habían cambiado a través de los siglos, sean de clase pudiente o no. Tanto María Ignacia Rodríguez conocida como la Güera o Leona Vicario y otras más, se enfrentaron a los mismos desafíos y retos, a pesar de los años entre una y otra.

A las hermanitas Lombardo las obligaron a asistir a una de las casas que en esos tiempos llamaban “Amigas”, donde excompañeras del convento de Germana, su madre, aceptaban a niñas y adolescentes de familias ricas, para educarlas. “Poco o nada se aprendía allí, pues todo consistía en repetir de memoria lo que nos enseñaban y, como no nos hacían la menor explicación, no podíamos conservarlo fácilmente en la memoria”, escribió Conchita, por lo que no aprendieron ni siguiera a leer y escribir correctamente, el aprendizaje se limitaba a manualidades y lecturas de textos sagrados, además de utilizar disciplinas a base de castigos físicos y mentales.

Su primer encuentro con el que llegaría a ser su esposo y gran amor, el joven Miguel Miramón, quién estaba llamado a pasar a la historia como uno de los “niños héroes” ya que era uno de los cadetes del Colegio Militar que defendió el Castillo de Chapultepec en 1847, pero para bien o para mal, solo fue herido durante la batalla de defensa del castillo de las tropas de Estados Unidos; fue cuando acompañó en el verano de 1853 a la Sra. Velázquez de la Cadena y sus hijas a una visita al mencionado y recuperado Castillo y donde se encontraba nuevamente la Escuela Militar. Al capitán Miramón lo comisionaron para que atendiera a las damas y quedó prendado de Conchita.

Varios fueron sus intentos por cortejarla, pero ella no se mostró interesada, llegando a pedirle que sea su esposa, a lo que ella contestó: “¿Se quiere usted casar conmigo para llevarme a la guerra a caballo, cargando en brazos al niño y en el hombro el perico? Ahora es Ud. Capitán, cuando sea Ud. General, entonces nos casaremos”.

Pasaron los años, Conchita tuvo dos relaciones abusivas en la que intentaron someterla y le impusieron normas, como no asistir al teatro o a las tertulias que le encantaban y tuvo que soportar diversas escenas de celos. Mientras tanto el valiente Miramón fue subiendo de categoría y ganando múltiples batallas a favor de los llamados conservadores que rechazaban la Constitución de 1857 aprobada por Ignacio Comonfort y defendían los bienes de la iglesia, demostrando tanto arrojo en las batallas que se le empezó a llamar como el “joven Macabeo”. Según apuntó en sus memorias Concha, este título se lo impuso en un sermón un cura del Sagrario Metropolitano.

Miramón además de excelente soldado era obstinado, cumplió su promesa y regresó a pedir la mano de Conchita cuando lo ascendieron a General, sacándola del convento donde se había refugiado huyendo de un novio y le pidió que cumpliera su palabra. Ella se sintió deslumbrada y se rindió ante el general que era aclamado en esos años por todo México, quién preparó su enlace en unos cuantos días, casándose el 24 de octubre de 1858  

Nada extraño en esos años, era unirse en matrimonio con alguien a quien se conocía poco, pero Concha, de espíritu romántico y soñador, decidió entregarle todo su amor y fidelidad a Miguel. Él desde el principio le advirtió: “Te quiero hablar de cosas serias, ya sabes cuanto de amo, pero quiero advertirte una cosa, amo también con pasión la carrera militar, ni lágrimas, ni ruegos, ni enfados, me harán prescindir de ella, un día me pueden dar un balazo en el corazón y dejarte viuda” a lo que ella contestó; “Si esa desgracia me sucede, llevaré luto por ti toda la vida”.

Los primeros dos años del matrimonio fueron de muchas separaciones y llenas de eventos que sumieron a Conchita en una vorágine de emociones. Fueron los mejores años como militar de Miramón llegando a ocupar en enero de 1859, el puesto de presidente provisional de la república en sustitución de Félix Zuluaga, lo que hizo que disfrutasen reconocimientos como la pareja más importante del país, por supuesto para los que defendían el bando conservador.

Los liberales fueron poco a poco ganando batallas y con la ayuda de los Estados Unidos, Benito Juárez fue recuperando todas las plazas para su causa, entrando triunfante a la ciudad de México en enero de 1861. Miramón logró reunirse con su familia en la embajada española donde se asilaron y después de unos meses viajaron a Europa, llegando a París en el mes de abril.

En Europa ya vivía una numerosa delegación de mexicanos refugiados de las filas de los conservadores, que planeaban instalar en México a un príncipe para que reinara en el país. Tanto el yucateco José María Gutiérrez de Estrada, como el general Juan Nepomuceno Almonte (hijo de José María Morelos y Pavón) se pusieron en contacto con Miramón para invitarlo a unirse a sus proyectos. Él no estuvo de acuerdo con la idea que México sea gobernado por extranjeros, por lo que en un principio se negó a segundarlos.

Los siguientes años fueron felices para la pareja ya que se dedicaron a visitar y conocer distintas capitales europeas, pero pronto Miguel se sintió aburrido de esa vida. Conchita surge como un magnifica narradora de sus desplazamientos y varios de sus cuadernos reflejan a una culta e informada viajera. El mayor deseo de su esposo, a pesar de los ruegos de Conchita, era regresar a su país y participar de alguna manera en las luchas que se libraban en contra de los liberales.

Después de un tiempo regresaron a México, con la desaprobación de Conchita, que año con año estuvo embarazada, muriendo en Europa una de sus hijas y en México un varón. Miramón añoraba volver a tomar las armas y se sintió muy desilusionado cuando el ya establecido emperador Maximiliano de Habsburgo, desconfiando de él, lo mando al destierro a Berlín con una comisión militar, simplemente para alejarlo del país.

Nuevamente la familia viaja a Europa, e inexplicablemente Miramón solo deseaba que lo llamaran y reconocieran como el excelente estratega militar que era, para ponerse a las órdenes de Maximiliano y de las disminuidas tropas conservadoras. En el peor momento, cuando Napoleón decide abandonar a Maximiliano y retirar sus tropas de México, Miramón decide regresar haciéndose cargo de un ejercito que ya se sabía de antemano estaba derrotado.

Después de algunas victorias, la derrota definitiva se da en la ciudad de Querétaro, donde apresan tanto a Maximiliano como a los generales Miramón o Mejía. Conchita siendo fiel a su personalidad, hace hasta lo imposible para conseguir el indulto de su esposo después de enterarse de la decisión de fusilar a los tres presos. Viaja a Querétaro, con su pequeña hija recién nacida para encontrarse con su esposo en el convento donde se encontraba preso, para que la conociera y pide audiencias con los principales generales liberales, e inclusive con Benito Juárez, para suplicar por su vida.

Infructuosas fueron sus diligencias siendo fusilados el  19 de junio de 1867 en el Cerro de las Campanas, Querétaro. Entre las anécdotas de esos días, cuenta Conchita en sus Memorias, que días antes de cumplirse la sentencia de muerte, el emperador Maximiliano los citó en su celda, observando el cariño con que se trataban unas lágrimas rodaron por sus mejillas, creyendo que era en recuerdo de la emperatriz Carlota, Miguel se disculpó, pero recibió este comentario: “No, general, no lloro por la emperatriz, lloro porque ustedes no merecen que los haga yo desgraciados, pudiendo ser aún tan felices” “¿Que quiere V. M.? contestó mi esposo, tomándome de nuevo la mano,  yo estoy aquí por no haber seguido los consejos de esta mujer” “General, interrumpió Maximiliano, no tenga usted remordimientos, pues yo estoy aquí por haber seguido los consejos de la mía”. (Se dice que Carlota lo instó a seguir como emperador de México y no regresar a Europa derrotado).

A lo cuatro meses después de sepultar a su esposo en el panteón de San Fernando (años después mandó exhumar sus restos, cuando supo que también en ese panteón enterraron a Benito Juárez), Conchita viajo con sus tres pequeños hijos a Europa con las cartas que el emperador Maximiliano le entregó para que su familia en Austria y su familia política en Bélgica, la amparasen.

La madre y hermanos de Maximiliano la recibieron muy bien y convidaron a varios eventos, todos querían escuchar la narración de sus últimos días, además de asignarle una pensión anual. No obtuvo el mismo resultado en su visita a Bélgica, donde el hermano de Carlota, el rey Leopoldo se negó a recibirla y le comunicó que no podía ayudarla, desdeñando la carta de su cuñado Maximiliano.

A los 81 años dio por terminadas sus Memorias, aclarando que no le daba tiempo para escribir sus largos años posteriores de viudez, ya que como prometió a su adorado Miguel Miramón: “…Llevaré luto por ti, toda la vida”.

Laura Elena Rosado Rosado
lalis55@hotmail.com

Laura Elena Rosado Rosado | Mexicanas por Descubrir

Originaria de Mérida, Yucatán es egresada de la Licenciatura en contaduría pública por la UADY y Máster en Grandes Religiones por la Universidad Anáhuac. Entre los cursos y diplomados que ha cursado se encuentran el Diplomado en cultura religiosa, historia, arte y religión en el área maya impartido por el CIESAS y la UNAM y el Diplomado en historia del arte universal por la Universidad Modelo. Es además, estudiosa sobre la historia de Yucatán con diversos cursos en el Centro Cultural Prohispen y el Colegio Peninsular Rogers Hall. Entre sus publicaciones se encuentra los libros “Llévanos en tu zabucán” y “En cuatro tonos de Rosado”. Ha participado también en publicaciones como el libro “Mujeres en tierras mayas” coordinado por Georgina Rosado y Celia Rosado Avilés y es frecuente colaboradora en diversos medios de comunicación impresos.

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