En contraste con la llamada literatura académica, existe otro tipo de escritura que la usada por mí, en la que predomina el realismo, ya que el arte realista es impersonal. El escritor suprime su YO y se mantiene impasible ante la realidad que copia. Para hacer lo anterior se necesita ser valiente y enfrentarse a sus propios miedos y vencerlos. Aunque en ocasiones, esos demonios, es decir, los miedos, se sobreponen a lo que está tratando de escribir. Se tiene que ser exacto y minucioso en el detalle y rendir culto a la forma, trabajando el idioma con empeño, hasta que expresan con fidelidad lo real.
Ama, entonces, la descripción del ambiente local. De sucesos y costumbres contemporáneas, reproduce el lenguaje coloquial y los giros regionales y posee el espíritu de imitación fotográfica. Es por eso que sus textos están llenos de expresiones y generalmente evidencias propias del autor. Justo como quien escribe esto.
Esta nueva estética literaria, imperante a finales del siglo XX en Yucatán entre muy pocos autores, como Manuel Calero y Will Rodríguez, modificó la noción misma del escritor. Si el exquisito significó el predominio en la literatura, los escritores representativos del realismo, bucean en un fondo impersonal, narrativo, descriptivo o filosófico, y oponen al cultivo de la sensibilidad un afán de conocimiento lúcido, naturalista.
Ha sido en la crítica social, en la historia y, sobre todo, en la novela, el cuento, y la crónica donde ha podido dar al realismo su verdadera medida. Incluso el teatro adquiere nueva vitalidad, sin mayor difusión. Ligado a condiciones sociales evidentes, comparte con la novela los valores realistas. Su evolución es paralela a la de ésta, y se emigra con facilidad de un género a otro. En lo personal soy un obsesivo de la metáfora y la hipérbole, dejando casi siempre en un lado la imagen.
Todo esto lleva como premisa eminentísima contar una buena historia. De lo contrario sería, aún esté escrito con el máximo rigor, disciplina y método, como un teatro vacío, un pez fuera del agua, una lámpara sin luz, o un diputado sin edecán.