Cultura

La Alameda Francisco de Paula Toro en un soneto de Xavier Batista

La Alameda Francisco de Paula Toro, San Francisco de Campeche. (Fuente: https://turismocampeche.com/folio/alameda-francisco-de-paula-toro/).

Un sitio representativo de la arquitectura de la península de Yucatán en el siglo XIX, siglo arquitectónicamente pobre debido a las convulsiones políticas del país y de la región, es la Alameda Francisco de Paula Toro, ubicada en el barrio de Santa Ana, en la ciudad de San Francisco de Campeche.

            Se trata de un espacio abierto y arbolado, de forma irregular y con más de 380 metros de longitud. Sitio idóneo para la plática y la caminata tranquila. Es un paseo construido en 1830 por el ingeniero militar Juan Estrada durante el gobierno de Francisco de Paula Toro, militar nacido en Cartagena de Indias, Colombia, que fue jefe político de la ciudad de Campeche y también gobernador interino de Yucatán en dos períodos: agosto de 1834-enero de 1835 y septiembre de 1835-febrero de 1837. Para más información, era cuñado de Antonio López de Santa Anna, que por desgracia también fue gobernador y comandante militar de Yucatán.

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            A diferencia de su pariente político, Toro dejó un buen recuerdo en la península, aunque su labor principal se centró en la ciudad de Campeche, donde residía, aun cuando la capital del estado era Mérida. Se le recuerda también por haber ordenado la construcción del teatro que actualmente lleva su nombre y que es el más antiguo existente en la península, un edificio de estilo neoclásico realizado por el arquitecto francés Theodore Journot.

            Volviendo a la Alameda, se distinguió por tener la estatua de una mujer denominada como la India Mosquito, sustituida en algún momento por una farola y en 1906 por una estatua de bronce de Benito Juárez que se yergue sobre un pedestal.

            El paseo fue motivo de un soneto escrito por Xavier Batista y publicado en la revista campechana Ah Kin Pech en 1937. Batista fue un dibujante que produjo una abundante obra de tipo gráfico en portadas de libros y revistas y en carteles y anuncios publicitarios. Su estilo en cuanto a la composición se hallaba dentro del art-déco, pero en la parte más personal tenía mucho de expresionista con tintes surrealistas. Había nacido en Campeche en 1893 y falleció en 1973 en Mérida, donde residió gran parte de su vida. Como artista visual se distinguió por su creatividad y su visión crítica y social, dentro de un ambiente poco proclive a las innovaciones, y ha sido injustamente olvidado. Entre algunas cuestiones relevantes de su vida, en la década de 1930 montó en Mérida una exposición de carteles de su autoría, hecho un tanto insólito dado que hasta la fecha hay resistencia -más por ignorancia que por otra cosa- a considerar el valor artístico del diseño gráfico.

            Publicó tres libros de poemas, de los cuales sólo conozco el titulado Paréntesis. Era un poeta de tendencia tradicionalista en su estilo en el que manifiesta un temperamento melancólico. Conforme a la semblanza que hizo de él Oswaldo Baqueiro Anduze: “En la personalidad de Xavier Batista hay dos, tres, cuatro suicidas, quién sabe cuántos suicidas, quizá tantos como fracasos ha tenido; (…) en Xavier está lo vivo que no sucumbió de los suicidas que lleva en su espíritu”.

             “La Alameda” es un soneto con esquema de rima ABBA ABBA CDE CDE, en versos alejandrinos, es decir, de 14 sílabas y divididos en dos hemistiquios, aunque sintácticamente las frases se extienden de manera libre en las dos estrofas iniciales, con algunos encabalgamientos, mientras que los dos tercetos se conforman de seis frases correspondientes de manera correlativa a los seis versos. Es de destacar que emplea algunas palabras mayas.

            El inicio del poema es aseverativo en una sola frase que en tiempo presente indica todo un ambiente de soledad y dejadez: “Respiro sensaciones de ancestral abandono”.

            Después pasa a enumerar elementos animados o inanimados que de distintos modos lo rodean en la edificación. Son 13 imágenes, que envuelven sensaciones olfativas, auditivas, visuales, táctiles, de movimiento, de respiración, todas con efectos negativos. En algunos casos se personifica a estos seres y si bien no se menciona a ninguna persona, el ser humano es evocado por omisión a través del abandono en que se encuentra el lugar.

            El poeta es dominado por las circunstancias adversas. Árboles representativos de la belleza peninsular, como los framboyanes (o flamboyanes), han perdido color, están secos y en vías de desaparecer. El paso del viento leve los hace hablar con tristeza.

            El cerdo, la mula y la boñiga de vaca son indicadores de descuido al estar en un sitio donde no es apropiado que se encuentren estos animales de crianza o sus desechos, lo cual hace pensar en que este sitio urbano se ha convertido en un establo y un chiquero.

            Los insectos, que son el excuclin (o escarabajo pelotero), la hormiga y el grillo, aparecen en acciones nada gratas, dañinas a los sentidos, como recoger excremento, herir y chillar.

            En los pájaros una actitud ominosa, tanto en los chicbules, garrapateros de color negro, de vuelo algo torpe y bulliciosos en su graznido gregario, como en el xtacay, un ave que justamente se distingue por cazar insectos al vuelo, pájaro ancestralmente agorero entre los mayas y que tiene como nombre científico el de Tyrannus melancholicus. En todos los animales se percibe una idea de alimentación precaria.

            En los seres inanimados, aunque dos de ellos implican modernidad y avance tecnológico: la planta eléctrica y el tranvía, hacen ruidos desagradables al sentimiento, como si estuvieran dotados de voluntad. Mientras que en la estatua del prócer resalta la pátina verdosa que en este caso está lejos de ser señal de vida y en cambio sí de ser representativa del paso del tiempo.

            Entre el dolor y el aturdimiento, este ambiente degradado no encuentra ni siquiera salida en el cielo, donde un obstáculo visual, la nube de polvo, impide verlo. Y culmina con un coloquialismo, una frase que ahora ya ha perdido su condición de expresión indebida para decirse en público y que es con la que el hablante lírico evidencia el clímax de su enojo y su impotencia ante la situación decadente: “Y no sé dónde diablos hay un grillo que chilla”.

            En el poema se manifiesta de modo sintético un ambiente sensorial que remite a la quietud y al abandono en que vivió la ciudad de Campeche hasta la década de 1940, cuando se dieron cambios favorables para su desarrollo con varios gobernadores progresistas. A la vez, es una proyección poética de la personalidad melancólica del poeta, entre circunstancias que percibe de modo activo y otras que lo afectan en pasividad. En síntesis, este soneto hace concebir la Alameda como una sinécdoque de la ciudad de Campeche en su quietud y sensorialidad, que repercute anímicamente en quien la respira.

            Debo concluir indicando que las condiciones recientes de esa ciudad son muy distintas en cuanto al despliegue y mantenimiento de su belleza, una ciudad realmente agradable y llena de vida.

Jorge Cortés Ancona

Licenciado en Derecho, con Maestría en Cultura y Literatura Contemporáneas de Hispanoamérica. Es egresado del Doctorado en Literatura de la Universidad de Sevilla con una tesis sobre teatro y boxeo, y cuenta con un DEA (equivalente de maestría) de la misma institución. Ha impartido clases y cursos en diversas instituciones educativas y culturales sobre literatura e historia de las artes visuales. Ha escrito numerosos artículos y entrevistas sobre temas culturales y figura en varias antologías de poesía.

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