El poeta del Mayab –tierra de los escogidos- es un diplomático a la moderna y fue bautizado en México con este nombre:
Antonio Mediz Bolio…
Blanca la color, tiene, tiene sin embargo, chata la cabeza, abultados los pómulos y los ojos soñadores en forma de almendra, como los ídolos de piedra de la raza maya. La prominencia notable de la nariz parece que olfatea, vuelta hacia el pasado del Mayab, la poesía de los tiempos y, le sugiere a la expresión del rostro un gesto aquilino. Tiene la boca grande a fuerza de reír tolerando. Su estatura media pronuncia un poco la musculatura disimulada de la espalda. Su mano recuerda, en una exótica alternativa, la piel de los guantes o los infolios amarillos de los códices. Y es franca y es leal porque es del poeta del Mayab, tierra de los escogidos.
Moisés Vincenzi (1925)
A
ELVIA RODRIGUEZ CIREROL (1941-1998)
GUARDIAN ESPIRITUAL DEL MAYAB
…Sostiene Mediz Bolio el espíritu de su obra en altura
tal que, al madurar sus frutos, tienden éstos a organizarse
y a crear fuerzas vivas capaces de energía bastante para
garantizar su permanencia.
Ermilo Abreu Gómez
INTRODUCCIÓN
Cumplía mis primeros 5 años cuando murió Antonio Mediz Bolio. Así que crecí oyendo de él: como gran maestro, tatich de la cultura yucateca. A los 16 años conocí a su viuda doña Lucrecia Cuartas, en razón de que comenzaba a escribir un ensayo biográfico sobre él, para un concurso, al que había convocado la preparatoria del CUM. Fue motivado por la periodista, escritora y excelente amiga Elvia Rodríguez Cirerol, de hecho ella, con esa bonhomía que le caracterizaba, pidió la cita para mí, que visité a la viuda de Mediz Bolio.
Doña Lucrecia Cuartas Vda. de Mediz Bolio, me trató muy bien, con amabilidad y tal vez, intrigada y halagada de que un adolescente se interesara por la vida y obra de su marido, me enseñó todo: libretos teatrales, ediciones originales, manuscritos, cartas, fotografías, caricaturas, la máscara mortuoria y muchas más cosas: también me contó, historias no escritas. Cabe mencionar que este ensayo biográfico, significó, el primer premio en mi vida de incipiente aspirante a escritor.
Hoy, 46 años después, retorno a Antonio Mediz Bolio, para conocer, lo más extensamente posible y a fondo, su trabajo dramático y entender o tratar de entender, el divorcio del movimiento que encabezó y que se denominó “mayense”, con su obra dramatúrgica -excepto el poema escénico La tierra del faisán y del venado y los poemas coreográficos–, hasta el final de su vida, y que representa la última puesta en escena en la Ciudad de México por la Cía. de María Tereza Montoya, de su última obra escrita: Cenizas que arden (1951).
Esta puesta significó como una entrega de estafeta del dramaturgo maduro, al dramaturgo más joven, que en este caso era nada menos que Wilberto Cantón, que estrenaba: Saber morir, con fondos musicales de Miguel Alemán Jr. Todo esto sucedió en el año de 1951, como 45 años antes había sucedido en diciembre de 1906, en el Teatro Arbeu cuando, en el mismo programa, se anunciaba el estreno en la Ciudad de México de Alma bohemia, y la reposición de La cabeza de Uconor de José Peón Contreras (1843-1907). Coincidencias o causalidades, que nos muestran a tres dramaturgos yucatecos, considerados en su momento como de lo mejor y más representativo de la dramaturgia mexicana, compartir en un mismo programa de repertorio, al dramaturgo maduro y al dramaturgo joven. Renovación generacional en el escenario de la dramaturgia mexicana del siglo XX.
Pero regresando a 1951, año que se estrena por última vez, una obra de él, en la Ciudad de México, es precisamente ese 12 de mayo, que Salvador Novocontesta, en una de sus ya famosas crónicas, a Daniel Cosío Villegas:
“Pide usted, Daniel, lo imposible cuando me solicita un artículo en que en quince cuartillas le reseñe la historia del teatro en México durante los últimos cincuenta años.”
Párrafos posteriores, anota:
“En 1910, Antonio Mediz Bolio da a conocer Vientos de montaña y El verdugo, y posteriormente las que Monterde califica de sus dos obras mayores: La flecha del sol, poema escénico de la Conquista, y La ola, comedia dramática.”
En la misma crónica Novo al hacer el recuento de las obras de 1951 escribe:
“ (…) y el Teatro Ideal en donde la Unión Nacional de Autores sostuvo temporada con autores profesionales para estrenar cinco obras mexicanas: El rancho de los gavilanes de Ladislao López Negrete; El don de la palabra, de Agustín Lazo; Noche de estío, de Rodolfo Usigli; Juego peligroso, de Xavier Villaurrutia, y Saber morir, de Wilberto Cantón, con fondos musicales de Miguel Alemán Jr. Posteriormente, María Tereza Montoya estrenó, en el propio Teatro Ideal, Cenizas que arden, de Antonio Mediz Bolio.” (Novo, 1994, p. 502-503 y 510.)
Estuvo bastante olvidado, a nivel escénico, como sus antecesores Federico Gamboa y Marcelino Dávalos, y los de la siguiente generación, que va desde los “pirandellos”, hasta Novo, Lazo, y el que tal vez sea el menos olvidado escénicamente hablando: Xavier Villaurrutia.
Sin embargo, su presencia literaria, sigue erguida en el horizonte de la literatura yucateca. Su teatro, ha sido, después de lo escrito respecto a él, por Leopoldo Peniche Vallado en 1956, y Alberto Cervera Espejo en 1973, poco estudiado y por lo mismo, no se le han aplicado las nuevas metodologías de análisis teatral. Las que nos ayudan a ubicar a autor y obra en su momento histórico, para justipreciarlo sin prejuicios, ni efectismos chabacanos, y mucho menos temores arqueológicos. Esta es la razón por la cual, me interesó armar un itinerario que condujera al lector por su vida escénica, ya que fue actor, director artístico, empresario, director de escena, dramaturgo y promotor teatral. Conoció a los autores de habla hispana más importantes de la época que le tocó vivir, y le escenificaron las actrices y actores más famosos de México y España. Así mismo vivió el cambio drástico sufrido en México, que fue la desaparición de las grandes compañías de repertorio al surgimiento de pequeños grupos de teatro, cooperativas y el famoso teatro de bolsillo que vino a renovar la experimentación escénica y dramática, del comienzo de la segunda mitad del siglo XX de nuestra República Teatral.
Asi pues, ¿cómo no, escribir sobre su teatro, organizar una teatrografía lo más aproximada posible, y sobre todo, la constancia de sus puestas en escena a través de carteleras, notas, críticas y reseñas publicadas en periódicos, revistas y libros?
Una historiografía teatral que hasta hoy no se ha realizado, con el único fin de que este material -que puede sorprendernos y lo consigue-, sirva para que no sólo el lector, sino los lectores especializados, especialmente la nueva gente del teatro yucateco y del teatro nacional, se anime a realizar tesis, ensayos y trabajos de investigación más sofisticados, que redundarán no sólo en el conocimiento de nuestra dramaturgia peninsular, sino en la dramaturgia misma, la que ahora se escribe, y a la que habría que preguntar ¿por qué se escribe y para quien se escribe?
Escribir sobre Antonio Mediz Bolio es para deleitarnos con una historia no tan lejana, y al mismo tiempo, podamos darnos cuenta, de la verdad existente en las palabras que escribió José Emilio Pacheco en 1984, para el centenario del nacimiento de Antonio Eduardo Mediz Bolio: un desconocido a quien debemos hacer nuestro contemporáneo.
Fernando Muñoz Castillo
Mérida la de Yucatán 2010.
A MANERA DE PRIMER ANALISIS DRAMÁTICO.
No cabe duda que el más importante escritor yucateco para la escena, con proyección nacional e internacional, de la primera mitad del siglo veinte, fue Antonio Mediz Bolio. A pesar de crear una dramaturgia poco mexicanista, y menos yucatanense (en su mayoría), por aspirar, debido a su formación educativa y académica, muy propia de la época y la educación social que le tocó vivir en los momentos en que comenzaba a poner sus andamiajes teatrales, a crear una literatura dramática de visos universales. Sin embargo, su otra vertiente como escritor, lo lleva a formar parte del movimiento mayense y crear dentro de este movimiento, sus mejores obras: poemas sinfónicos, letras musicales, prosa poética, poemas, ensayo y prosa.
En sus ensayos, vemos como su pensamiento consigue un equilibrio entre su visión occidental y su visión regionalista. Su teatro, fuera de dos o tres obras que se continuaron presentando (El verdugo, La ola…), aún en los años setenta del siglo XX, son en las que se perfila el hombre que cree y aspira un cambio social, más poético que utópico, donde las grandes máximas que ha perseguido la humanidad desde siempre, se matizan en discursos épicos y éticos.
Antonio Mediz Bolio, pienso que pudo escribir el primer gran texto dramático del siglo XX, con raíces netamente yucatecas, peninsulares. Algo que si logró, el que le seguía generacionalmente como dramaturgo: Leopoldo Peniche Vallado, y aunque su radio de acción fue local, no se puede negar que ha sido el dramaturgo más prolífico y llevado a escena en la segunda mitad del siglo XX yucateco. A diferencia de Wilberto Cantón, que sigue siendo un autor bastante desconocido del público peninsular, salvo por la temporada que efectuó en el Teatro Fantasio la Cía. de Angelinez Fernández, en la década de los años sesenta, y en cuyo repertorio figuraron más de tres obras de este autor yucateco. Y la puesta en la segunda década del siglo XXI de Malditos, dirección de Tomás Ceballos, con los alumnos del CEDART de Mérida.
Pero fue la bonhomía y bohemia de Mediz, su sabiduría y calidad como escritor o mejor dicho, como polígrafo, lo que lo transforma en el gran patriarca de la cultura yucateca hasta su muerte, acaecida en 1957. Y tal vez, un poco más allá de ese tiempo material. Como dramaturgo, sólo Wilberto Cantón logró lo que él, proyección nacional e internacional en vida. Que al fin y al cabo, eso es lo que importa, que el trabajo se muestre, se mueva y sea reconocido en el tiempo de su creación. Después, todo es humo y esperanzas, muchas veces, fallidas.
Tuvo el privilegio de que las más importantes actrices de la época representaran sus obras: Evangelina Adams, Prudencia Grifell, Virginia Fábregas, Esperanza Iris, Mimí Ginés, Maria Luisa Villegas, Dora Vila, Mercedes Navarro y María Teresa Montoya.
Antonio Mediz Bolio, “perteneció a numerosas asociaciones culturales, como el Ateneo Peninsular, del que fue miembro fundador y presidente (1916); la Sociedad Mexicana de Autores; el pen Club de México; el Ateneo de Ciencias y Artes de México (1937); socio correspondiente de la Sociedad de Historia y Geografía de Guatemala; académico honorario de la Real Academia Hispano-Americana de Ciencias y Artes de Cádiz; de la Academia Colombiana de la Lengua, miembro correspondiente, desde 1930 y, desde 1946 numerario, de la Academia Mexicana de la Lengua.” Recibió numerosas distinciones, entre las que se encuentran: “Comendador de la Real Orden de Isabel la Católica; la medalla del Círculo de Bellas Artes, de Madrid (ambas en 1921); los doctorados Honoris Causa de la Facultad de Jurisprudencia, de la Universidad Nacional del Sureste, y del Instituto Campechano en 1956, con motivo del cincuentenario del estreno de su primera obra teatral, cuando fue homenajeado en diversas ciudades de su estado natal y recibió un reconocimiento de la Academia de la lengua Maya.” (Ocampo, 2000, P. 197.)
Casi todos los historiadores y cronistas convergen en acotar que Antonio Mediz Bolio “tuvo momentos en que se le consideró ‘el primer escritor dramático con que contamos’ por la ráfaga de poesía y sublimada mexicanidad que animaban sus obras, lo innegable fue que en una época, a fines de la segunda década de este siglo nuestro, estuvo solo en el teatro mexicano. Los dos Gamboa se hallaban expatriados y Marcelino Dávalos se consumía, enfermo y aislado, en silencio; y todavía estaban inéditos los que después formarían el Grupo de los Siete.” (Magaña Esquivel, 2000, P. 354.)
Es ese momento en que “nuestro país no había logrado consolidar un teatro mexicano propio a pesar de tener en esa época dramaturgos de la talla de Marcelino Dávalos, Antonio Mediz Bolio o Julio Jiménez Rueda. Sin embargo, es a partir de ese periodo cuando las compañías teatrales se interesaron en montar el teatro escrito por mexicanos.” (Peña, 2000, P. 155.) E “iniciado ya el movimiento restaurador del teatro en México, Mediz Bolio se reincorporó con una nueva comedia, Cenizas que arden, que aunque contenía el mismo sabor romántico y la imaginería cosmopolita de algunas obras de Benavente, mostraba en cambio un ímpetu de alegoría, de imagen personal de una vida y un amor que retoñaba.” (Magaña Esquivel, 2000, P.356)
Con esta obra, Cenizas que arden, se cierra el ciclo de la obra dramática de este polígrafo yucateco en la Ciudad de México.
En bocetos y en el tintero se quedaron innumerables proyectos dramáticos. Que tal vez el autor pensó terminar ya que visualizaba en sus últimos años de vida publicar sus obras completas.