Cuando somos lastimados, solemos encerrarnos en nosotros mismos y experimentamos la cólera y el rencor; tenemos la tentación de quedarnos ahí y comenzar a elaborar proyectos de venganza. Entonces, además de ser víctimas, ahora seremos enfermos de odio, atrapados en una espiral destructiva, presos de nosotros mismos. Para escapar de esta espiral, no dice hoy la Palabra, hay que poner la mirada en Cristo y tener memoria.
El perdón no es un ejercicio de olvido, sino de memoria; de memoria de las veces en que hemos sido perdonados; memoria de nuestras promesas y llamadas, memoria de la compasión de Dios. Sólo quien reconoce que ha sido perdonado y que Dios no lo ha tratado como merecería, sino con mucho amor, puede comenzar a transitar la ruta del perdón; puede salir de sí y vivir con y en Cristo el central y gran mandamiento del amor.
¿Tienes ira y rencor? ¿Qué y a quién te cuesta perdonar? ¿Te has experimentado perdonada, perdonado? ¿Cómo y cuándo Dios ha sido misericordioso contigo? Pidamos a Dios la gracia para querer comenzar la ruta del perdón.
Rv. P. Hernán Quezada sJ