Cultura

Lecturas comentadas

            Como lectora infatigable y versátil, he sostenido siempre la teoría, en el sentido de que, todo discurso o idea concebida por un ser humano de cualquier raza o país del mundo, cuando nos la presentan en forma impresa, en cualquier modalidad, merece ser leída, razonada y tratar de aprender de ella, cualesquiera que fuere su tema. Solamente de esta manera merece la pena poseer el don maravilloso de la interpretación lectora.

            En lo personal, igualmente, leo con el mismo interés una pequeña cápsula inserta en una revista tan pueril como puede ser Vanidades, el que por cierto recibo mes a mes porque estoy suscrita, que una interesantísima interrogación y su consabida respuesta, impresas en un pequeño libro de bolsillo como el editado por el gobierno del estado en su Biblioteca Básica, titulado ¿Lo ignoraba usted?, de la autoría del antropólogo y hombre de letras yucateco, don Alfredo Barrera Vázquez.

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            Esto puede parecer una irreverencia de mi parte, pero yo no lo considero así, porque de ambas fuentes aprendí algo que ignoraba y de esta manera acrecenté mi acervo. Comparto con ustedes estas cosas, porque sé que me entienden y, además, porque no tengo en casa a nadie con quien platicar y ustedes, todos los lectores versátiles como yo, debemos compartir nuestras lecturas ¿no creen?

            Van los ejemplos, comenzando con la revista:

            “¿Sabías que…? El rey Jorge I, de Inglaterra, nacido y criado en Alemania, quien, por razones o cuestiones dinásticas, reinó hasta que tuvo 54 años de edad, cuando heredó el trono, en el que estuvo de 1704 a 1727, no hablaba ni una sola palabra de inglés, y ordenó que fueran sus ministros los que llevaran las riendas del país”.

            Desde luego, mi respuesta personal es NO, no lo sabía, pero esta situación me hace reflexionar que, en la actualidad, en muchísimos países del mundo, abundan los gobernantes que no entienden ni una sola palabra del lenguaje de su pueblo, de aquel cuyas riendas están en sus manos y esperan de ellos para crecer y desarrollarse y, sin embargo, ahí siguen muy campantes, hablando otro idioma que la sociedad no comprende ni ellos hacen esfuerzo alguno para comprender al de su pueblo.

            La historia del mundo tiene muchas facetas, por eso no es raro que en cada generación surjan cosas a veces afines; Oscar Wilde decía que eso a lo que llamamos experiencia, no es otra cosa que la suma de nuestros errores. Y esta máxima puede aplicarse a una de las interrogantes que nos hace el maestro Alfredo Barrera Vázquez en su libro ¿Lo ignoraba usted?, cuando se refiere a un objeto histórico resguardado en el Museo de Mérida y al que todos los que visitábamos este museo se nos decía que se trataba de la carroza que trajo de Sisal a Mérida a la emperatriz Carlota Amalia, cuando ésta visitó Yucatán en 1865.

            Es más, era tan grande el chisme, que no faltaba quien asegurara que los ricos y poderosos de Mérida de aquella época, habían desenganchado los caballos y habían tirado de ella, a golpe de calcetín, hasta llegar a nuestra ciudad capital.

            Ahora resulta que se nos aclara que esto nunca fue verdad, porque dicha carroza perteneció al arzobispo Crescencio Carrillo y Ancona, quien la utilizaba para transportarse a sus visitas pastorales, por el año de 1887, y la había comprado con su propio dinero. No obstante, como la mente del gran pueblo es siempre más susceptible a forjar leyendas quiméricas, al hacerse cargo del gobierno del Gral. Salvador Alvarado se le hizo entrega de las llaves del Palacio Episcopal y ahí, en un rincón, se encontraba aquel coche destartalado, que se hizo aparecer como el que sirviera de transporte a su alteza serenísima, que gobernó a México por un breve tiempo.

            Yo pagaba mis cincuenta centavos por lo menos cada dos o tres meses, porque me encantaba entrar al museo que para entonces (1950-1955 aproximadamente) estaba situado en la calle 61 con 60 y 58, lo que ahora me parece que es un estacionamiento, a un costado de la Catedral de Mérida.

            Ahí veía yo la bala que mató a Guti Cárdenas, su guitarra, me parece, o una réplica; el butaque de cuero de venado, enorme, porque decían que aquel obispo Carrillo y Ancona era demasiado corpulento. La conseja general era, que todos los días, el buen señor le preguntaba a su cocinera “hija, ¿ya está listo el pajarito”, el cual, se contaban, era un pavo completito, guisado en diferentes sabores, que el buen señor engullía hasta mondar el último hueso.

            Lo cierto es que de la revista populachera y del libro publicado por el gobierno del estado, aprendí cosas, me distraje y reflexioné y saqué conclusiones. Por eso se debe leer de todo. Es suficiente, ¿no?

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