De las sinfonías de Haydn, padre de este género, a las obras monumentales que vinieron después, hay un largo camino que la música recorrió, antes de asumir la grandilocuencia de las postreras producciones de este género musical maravilloso, que lo llevaron a ser cumbre de la música de conciertos. Cuando surge la Sinfonía No. 3, “Heroica”, de Ludwig van Beethoven, se pensó que este género había llegado a la cima de sus capacidades, pero el mismo genio de Bonn se encargó de echar abajo esta suposición. En seguida, vendrían la quinta, la séptima y, sobre todo, la novena, ¡La coral! Y casi de inmediato, escribirán Schubert, Schumann, Mendelssohn, Brahms, que estaban preparado el camino para un titán de altos vuelos, un revolucionario de la música que arrancaría aullidos de rabia a los críticos, al presentar bellezas insospechadas, tanto en el plano de lo melódico, como de la armonía. Gustav Mahler, tiene la capacidad de tomar lo mejor de quienes le antecedieron, y así, encontramos en él elementos de Mozart, de Beethoven, y aplicar sus innovaciones, y acceder a una grandilocuencia sin precedentes en la música de conciertos.
El pasado domingo, el programa de la OSY tuvo un solo número, la Sinfonía No. 4 de Gustav Mahler, lo cual fue muy acertado, pues fue un programa al que no le faltó ni le sobró cosa alguna. Un programa redondo, pleno, lleno por si mismo. La Sinfonía No. 4, es de las menos escuchadas del autor, le rebasan en popularidad la No. 1, conocida como El Titán, que nuestra orquesta interpretara en el Palacio de Bellas Artes, en CDMX, en mayo de 2015, por sus diez años de actividad; la No. 8, llamada de los mil; pero la No. 4 es definitivamente una obra monumental y soberbia, y así mismo fue su interpretación por parte de la OSY, y con la acertada batuta del Mtro. José Areán. Su tonalidad le da un tono mayor, está escrita en Sol mayor. Y su interpretación requirió una ampliación en la sección de maderas; hubo cuatro flautas, dos pícolos, se requirió un clarinete bajo, así como dos fagotes y contra fagot. La sección de percusiones también requirió de una dosis extra de instrumentos. La fuerte sonoridad de la obra así lo requirió, y lo tuvo.
La faceta revolucionaria de Mahler en esta obra, se evidencia desde el programa de mano; el compositor, deshecha la terminología tradicional para designar los cuatro movimientos que componen la obra. Los designa como: Bedächtig, Nich eilen; (Prudente sin acelerar); In germächlicher Bewegung, (Cómodamente sin prisa); Ruhevoll, (Poco adagio) y Sehr behaglich (Muy cómodo). El cuarto movimiento, es una delicada aria para soprano. Un delicado canto, profundamente religioso, y, al mismo tiempo, de un profundo y delicioso hedonismo, muy al estilo clásico griego.
La obra está llena de contrastes de principio a fin. A delicados pasajes de sensible tesitura, se contraponen sonoros estallidos en los que, metales y percusiones dominan el panorama musical de forma absoluta. Hay hermosos pasajes melódicos, en los que, violas, chelos y bajos se adueñan de la voz con soberbia delicadeza. El cuarto movimiento, con la intervención de la exquisita soprano mexicana Leticia de Altamirano, es la culminación natural de la monumental obra. La delicada voz de Altamirano, supo imponer su delicada tesitura, por encima del tutti en todo momento, sin aspavientos innecesarios, y con una delicadeza natural. Su actuación fue precisa y muy acertada. El final del cuarto movimiento, y de la obra, es delicadísima, la música parece disolverse en el aire. El delicado final, sorprende al respetable, quien se queda como extasiado, de inmediato reacciona y se deja venir una tremenda ovación, larga, sonora, y con toda la sala de pie, con gritos de ¡Bravo!
Con toda justicia, Areán va poniendo de pie a los solistas, empezando por nuestro excelente concertino, Christopher Collins; en seguida los cuatro flautistas reciben justa ovación; así como Paulo Dorio y Ranier Pucheux, clarinetes; pone de pie a Miguel Galván, fagot principal; a Rob Myers, trompeta; como también a Juanjo Pastor y Edith Gruber, cornos. Es lamentable que la situación económica de la orquesta no hubiera permitido entregar un gran ramo de flores, cómo se hacía antes, a Leticia de Altamirano, que lo merecía con creces. Otro gran aplauso para la batuta de José Areán, que condujo el navío a buen puerto y con pulso firme.
Salimos del Palacio de la Música, con Mahler vibrando en el alma.