Javier España, nacido en Chetumal, Q. Roo en 1960, es autor de una amplia y profunda obra poética y presentó al mediodía del pasado sábado 9 de septiembre dos libros suyos en el Centro Cultural José Martí del Ayuntamiento de Mérida. Ya Manuel Tejada comentó en EstamosAquí.MX el correspondiente a ensayo.
Su libro Balada para unos gatos muertos, editado en Bogotá, Colombia por Ediciones Cátedra Pedagógica, es un poemario con unidad temática en el conjunto de 58 poemas que lo integran, siguiendo una línea de continuidad en tema erótico, donde la mujer es nombrada por su amante como la Gata y éste a su vez por ella como el Sordomudo de Dios.
El amante es el sujeto lírico que se dirige a la amada, pero también cita frases de la Gata, se escucha su voz. Se habla a la amada, se le cita y se hace referencia a un nosotros, aunque a pesar de ello los poemas pueden generar la ilusión de ser una conversación frente al espejo.
El poemario empieza con una aseveración de ella: “Así es el mar, Sordomudo de Dios, / a todas nos convierte en sus rameras”, apertura que ya expandida en la significación de sus elementos (el carácter del mar, el hombre aislado y vulnerable, la mujer en la sujeción del cuerpo) se reiterará en un poema cercano al final y entenderemos que para ella el amante es el mar, el que la absorbe en su ir y venir.
El hablante es un hombre que está rumbo al envejecimiento, un oficinista asalariado, sujeto a “la rutina con su vaivén podrido”, que en la memoria revive momentos de una relación que alguna vez fue imaginativa y luego se degradó. Una relación que parecía tener una feliz prospección con la sensación de vivir en un edén y esperar a los hijos como el fruto del futuro. Una memoria basada en la concentración, que hace distinciones entre los amantes, entre lo ocurrido y “la promesa herida”.
Estas reminiscencias se envuelven de polisensorialidad, donde la mirada y el oído se recrean como ecos permanentes y también se degustan sabores y olores del cuerpo, aun cuando en sí mismos constituyen lo efímero. También son vívidos los movimientos y los desplazamientos: caminar, bailar, regresar.
El ambiente muestra las otras caras del amor carnal, esas que llevan a compartir las secreciones, donde se hallan la mierda, el hedor del sudor, la sanguaza cotidiana, vómitos, miasmas, gusanos, “los rancios perfumes de la razón”, la saliva… Aquello que hace quedar a los amantes “malolientes pero sabios de sudor”, sin tener miedo de hacer mención del asco.
El poemario es un acto continuo de descifrar mental y sensorialmente a la amada en su cuerpo y en su ser, recorrer su geografía, tantas veces críptica: “No escuchábamos. Sólo nuestros cuerpos / eran las únicas palabras. Sólo”, “sólo entendía el eco del nosotros”. Es una pretensión de revelar el secreto en la reminiscencia, en lo que está oculto ante la vigilancia y el desvelo. Adivinar qué es lo que ha sido enterrado y tratar de irrumpir en el huerto cercado. El poeta está en búsqueda de la huella de esta vivencia amorosa, de los rastros de una pasión que lo hace preguntar en algunos momentos de la enunciación si ya ambos son sólo los fantasmas del pasado y no lo corpóreo. Si únicamente son lo imaginado, que ahora sólo cobra forma en la memoria o en el sueño.
Esa pesquisa lleva a asociar a la amada con los lugares, con ciertas situaciones rutinarias, en especial de lo doméstico, pero también implica la confrontación y la violencia. La razón intrincada en la locura, en este mundo donde “los cuerdos son acróbatas sin red” y el sujeto lírico puede referirse a la “lucidez de arena” de la amada, pero donde el desequilibrio de ella acecha de distintos modos como el “sabor a cerveza esquizofrénica”, el “tintero paranoico”, o expresar que “no vi en tu paranoia los dobleces” y lamentar “un porvenir asido en la demencia”. Un entorno que también es evocado en otros modos de escapismo como la ebriedad.
La promesa de ser carne, de reproducirse como “polen que crece en mi entrepierna”, la reiteración de ella como ramera o meretriz o la visita a los burdeles. Compararse con Thirsa, que tiene como significado deleite o placer, y se asocia a la ciudad que es modelo a comparar con la amada en el bíblico Cantar de los cantares.
El eje que se indica desde el título del libro son los gatos, que marcan la personalidad de la amada, con ese “lamento de tus gatos que se aferraban a mi carne vieja” y la pregunta de “¿por qué vuelve el poema de los gatos?”. El gato, animal simbólico por su voluptuosidad y su egolatría, arquetipo andante. Debo decir que a diferencia de lo que se expresa en el poemario sí hay gatos capaces de sentir cariño y de manifestar agradecimiento.
Esto conlleva una animalización donde resalta la palabra devorar, verbo que simboliza tantas facetas del acto amoroso. En el conjunto de referencias aparece un pequeño bestiario que vincula la relación erótica con un circo, un espectáculo lleno de riesgos, que a su vez se conecta con la suerte y los juegos de azar.
Subyace otro elemento conectado con lo erótico que es el simbolismo religioso, por medio de reiteradas menciones monoteístas o paganas: “Dios se aleja de los amantes locos”, o “Juno y Ceres perdieron su destino”. Un acto de fe que hace decir al hablante lírico: “dejé de ser ateo entre tus piernas” y que los hace vivir a los dos en esa contradicción de que Dios existe y que no existe.
Como ha sido una tendencia en Javier España los poemas están escritos en endecasílabos, lo cual establece regularidad sonora y hasta cierto grado una simetría visual, como una manera de mantener un cauce dentro del desajuste de las pasiones y los destinos. Ese equilibrio se rompe en momentos significativos, como el de la escritura de la Gata, empleando la estrofa llamada octavilla, en versos de arte menor, con rima consonante, donde el énfasis se da en el hecho de nombrar y a la que antes se había aludido en un doble sentido anatómico y métrico a que “vaga con pie quebrado”.
Otro momento ocurre en la definición moral de los gatos, escrita en verso libre con ritmo gráfico y entre paréntesis. En otras dos rupturas salta al oído un verso de 12 sílabas (“que aguardaba el retorno de la prudencia”), que lo entiendo como un brusco cambio de ritmo hecho intencionalmente, más uno de 10, que con un cambio de orden sintáctico hubiera quedado como endecasílabo: “astillas de cristal navegaban”.
Poemario que es un canto lleno de dolor en la reminiscencia amorosa. Reflexión abundante en construcciones verbales llenas de evocaciones. Extensa balada donde aflora el placer de la escritura, la que hacen los dos amantes en el desnudamiento de las voces y en la revelación de su intimidad más lacerante.
España Novelo, Javier: Balada para unos gatos muertos, Bogotá, Ediciones Cátedra Pedagógica, 2021.