El siglo XIX es en la práctica el primero en el que el papel se fabrica mayormente de manera industrial. Ya las máquinas Fourdrinier daban lugar a una producción mucho mayor que la que permitían los procesos manuales y esto significa un mejor precio y mayores posibilidades para los usos impresos, pues permitía rollos de papel más grandes y algún grado de homogeneidad en el grosor.
El papel había dejado de ser puramente artesanal, pero a la vez sufría una disminución de calidad que quizá al momento no se notaba. Ahora se topa uno con la paradoja de que una publicación impresa en los siglos XVII o XVIII tenga más durabilidad que muchas del siglo XIX. Y esto se debe también a un nuevo modo de encolar el papel de manera industrial que se hacía con la resina natural llamada colofonia mezclada con alumbre, que provocaba acidez y, por consiguiente, fragilidad.
Otro cambio fundamental, éste ya avanzado el siglo XIX, sería el de emplear un papel a base de pulpa de madera, materia prima más fácil de obtener y que permite papeles mates y brillantes, la cual sustituía los trapos reciclados de lino, cáñamo o algodón. Un problema de la pulpa de madera es que muchos papeles se amarillecen con rapidez, en especial el papel periódico. También influía en la oxidación el uso de cloro para blanquear el papel, parte importante del proceso que ya no se limitaba a la luz solar. A ello se aunaban las tintas, que seguían siendo las empleadas desde la Edad Media pero que también provocaban acidez por sus componentes ferrosos y ácidos. Además, en el último tercio del siglo se empezaron a emplear las anilinas para papeles de color, que ya existían, pero no en la misma proporción.
Esta alta producción de papel con su consiguiente abaratamiento propició la fabricación de las máquinas de imprenta y a lo largo del siglo XIX éstas se expandirán por diversas ciudades de México. Mérida era la séptima ciudad mexicana en tener una imprenta, aunque ya en los tiempos finales de la época colonial. Nos llegará nuestra primera imprenta desde La Habana, aprovechando las libertades que concedía la Constitución de Cádiz, y también se irán recibiendo los embarques de papel, ya sea desde Cuba, Estados Unidos o Belice.
Iremos notando que se reciben balas y resmas de papel dirigidas a determinados impresores, editores y libreros. Y bueno será saber que una bala equivale a unos 52.5 kg y una resma a unos 5 kilos. La resma se divide en manos y pliegos, que se doblan para formar lo que se llama edición en infolio, o en cuarto, o en octavo o en dieciseisavo, que son los tamaños principales. Será papel para imprimir periódicos, folletos, libros, avisos, proclamas y formularios, pero también para escribir y dibujar y muchos otros usos.
Las condiciones en Yucatán en cuanto a los productos de la imprenta y los oficios relacionados con la impresión tendrán sus propias especificidades al ser ante todo obra de particulares y alcanzar cierto grado de influencia en la sociedad. Esos son temas del libro La imprenta en la península de Yucatán en el siglo XIX, de Marcela González Calderón, publicado por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (Ciesas), en su colección Publicaciones de la Casa Chata.
El libro se estructura en tres partes, que en conjunto suman ocho capítulos, además de las conclusiones y una serie de anexos. La primera se refiere a los impresores-editores-libreros, la segunda a los productos realizados y la tercera a la recepción y los modos de sociabilidad, hablando de los suscriptores de las publicaciones periódicas, los gabinetes de lectura y el inicio de las bibliotecas públicas así como los diversos tipos de organizaciones de los impresores y de los trabajadores de las imprentas.
Se trata de un estudio exhaustivo, donde se entrecruzan hechos políticos, ideas, cifras, asuntos mercantiles, cuestiones legales, casos de censura, creencias religiosas, redes de parentesco, objetos impresos, materiales, formas de distribución y modos de sociabilidad. Es parte de la historia de la vida cotidiana, de la historia de las mentalidades y de la historia social, política y económica. Es importante como una rama específica de nuestra economía y de la historia de las empresas y empresarios peninsulares. En cuanto a Yucatán mucho se ha hablado del henequén y algo de los colorantes, pero no tanto de esas otras ramas que también eran parte de la vida diaria como es la que constituye el objeto de este libro.
Los trabajos relacionados con la imprenta se efectuaron en el marco de las peripecias de un siglo inestablemente político, con constantes cambios de régimen a nivel federal y estatal, separaciones respecto a la nación y desmembramientos locales, asonadas, dos imperios, una Guerra de Castas y las luchas entre conservadores y liberales, además de un alto grado de analfabetismo y un elevado porcentaje de personas que no hablaban español. La imprenta sorteó esos avatares, se vio perjudicada a veces, en ocasiones supo adaptarse y fue un vehículo importante para difundir credos y opiniones.
A la primera imprenta, traída por los hermanos López Constante y adquirida por José Francisco Bates, quien recibirá también de Cuba al español José Fernández Hidalgo, seguirán algunos años después otras imprentas como las de los Seguí, los Corrales, Castillo Lenard, Pedrera y otras. Veremos cómo se va expandiendo el negocio, cómo lleva a proyectos que a menudo no solamente no dejan ganancias, sino que se vuelven onerosos para los impresores. Termina uno entendiendo que los impresores y editores no lo hacían por negocio, sino para fomentar la educación y promover ideas. Y si bien no será una inversión productiva, tampoco era conveniente tener pérdidas y por ello tenían que buscar modos de costear sus productos y distribuirlos a través de los precarios medios de transporte de ese siglo (los ferrocarriles tardarían bastante en hacer su llegada a la península).