Opiniones

Sonidos de Libertad

Existen dramas humanos muy distantes a nuestra propia experiencia de vida. La pederastia es uno de ellos. E incluso como palabra, con un significado concreto y de praxis, no es de uso común en mi entorno.

Cuando Eduardo Verástegui dio inicio a la promoción de la película, Sonidos de Libertad, la ubiqué en los factores ideológicos del actor y promotor de la fe cristiana. Sin embargo, guiado por un extraño impulso, tomé la decisión de convertirme en espectador de dicho film.

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Desde la primera imagen, que es el ojo de la cámara acercándose a diferentes ritmos-, a la ventana de un domicilio de donde salen los sonidos percutidos y una voz que, como canto de sirena, nos encanta. Así de fácil. Ya estoy atrapado, pues la luz-imagen, el ritmo-sonido y el tiempo-kinésis, crean una triangulación que pone nuestros sentidos a disposición de la película.

No voy a hablar como especialista de cine, que no soy. Haré una exposición a partir de lo que mis sentimientos, afines al cine, percibieron.

La gran virtud de la película está ubicada en su lenguaje lejano al melodrama y al masoquismo, y eso que el tema se prestaba para ir esos senderos con enorme facilidad. Sin mostrarnos lágrimas, escenas de torturas o sexo forzado, que nos alejarían del objetivo final que es tomar consciencia del hecho atroz del secuestro infantil, el lenguaje cinematográfico es manejado con enorme precisión, es más como el lenguaje literario de una novela, que como el lenguaje elaborado para hacer llorar al espectador. El desarrollo del lenguaje visual está más en la búsqueda de los niños, que en las adversidades de estos viven en manos de sus captores. Igual sucede con las escenas referentes a los sentimientos del padre de la pareja de niños secuestrados.

Alejandro Monteverde, director de la obra, no expone escenas de uso sexual, ni tampoco forcejeos dolorosos con los niños a la hora de ser usados para satisfacer a sus compradores. Nada de esto es preocupación del director de la película, y ese es su gran acierto. No explota los sentimientos de desesperación y desesperanza. La iluminación, los cambios de ambiente, de zonas geográficas, el uso de la primera, según la idiosincrasia de cada lugar, es acertadísima. El camarógrafo le imprime un ritmo visual a sus imágenes que nos lo ubica en las diferentes emociones de cada uno de nuestros sistemas internos.

En vez de ver sufrir, pensamos en los sufrimientos de cada una de las partes involucradas en ese drama. Esa sería la síntesis de la película.

Post film, Eduardo Verástegui nos pide involucrarnos en esa tragedia, pero no lo hace, solicitando apoyos materiales, no, tan solo solicita que divulguemos la película, invitando a la gente a verla.

Ojalá esta nota llevé a sus lectores a convertirse en espectadores de Sonidos de Libertad.

La música del español Javier Navarrete tiene la magnitud de una constante en uso preciso.

La ventana, que es la imagen de entrada del tema fílmico, es la misma que de salida. Dándonos la idea de un círculo que se cierra. Y el círculo, geométricamente, contiene todo.

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