Cultura

Algunos prejuicios literarios

Ernest Hemingway en el acto de escribir: disciplina, no prejuicios ni recetas.

Muchas veces hemos escuchado que alguien hable de algún paisaje europeo y pretenda describirlo con la frase “era un paisaje de cuento de hadas”. Y es verdad que en los libros para niños de otros tiempos aparecían con frecuencia ilustraciones donde se veían calles, construcciones y entornos naturales que nos parecían fantasiosos, pero que en verdad eran los ambientes reales en que se desenvuelve la vida en esos países.

            Aunque esas imágenes acompañan los cuentos de hadas no son exactamente paisajes de cuentos de hadas, paisajes maravillosos, sino pedestremente realistas. Sería algo similar a que alguien de otro continente viera ilustraciones de casas de paja con albarradas, ceibas, matas de henequén y cenotes y le pareciera un paisaje campirano completamente imaginario, o para mal. un entorno “surrealista”, cuando pertenece a una realidad de siglos y aún persiste.

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            Lo que quiero decir es que muchas veces nos vamos con la finta de que en otros lugares del mundo no se ocupan de sus especificidades culturales en sus narraciones, sino que éstas se han creado de forma puramente libre, dando vuelo a la imaginación. Y que es en esos entornos donde podemos nosotros ubicar nuestros relatos. Pensar que nuestro entorno yucateco sea motivo de un buen cuento es algo que no nos parece concebible.

            Estamos hablando de uno de los prejuicios que condicionan negativamente la creación del cuento. Nos vamos creando obstáculos a partir de falacias y esas limitaciones nos llevan a callejones sin salida. Son prejuicios como éste de la condición regional, así como también los hay de la idea de la frase inicial contundente, del final sorpresivo, de la reducción de personajes, de la sola acción, del deber de no emplear tales o cuales palabras.

            Tenemos la mala costumbre de pensar que escribir equivale a seguir los pasos de un manual, a basarnos en recetas preestablecidas y de ese modo lograr un cuento eficiente. No está mal seguir recetas, porque puede ser un molde cómodo para poder expresarnos. Aunque siempre repito que la configuración de la forma es parte del significado, la mera estructura puede implicar una intencionalidad y una búsqueda expresiva donde los valores no están precisamente en el modo en que se narra sino en la acción, los personajes, los ambientes.

            Tenemos el caso de las obras de teatro, sujetas a un formato presionante debido a su aplicación en a la escena, lo cual requiere por razones prácticas un ajuste más o menos estricto de tiempo. En gran parte de las obras por ejemplo del Siglo de Oro, nos encontramos con una estructura fija, sobre todo en las comedias, donde ya sabemos que habrá un final feliz, que los protagonistas terminarán casándose y se recompondrá el orden desajustado, y por lo tanto nuestro interés no reside en qué va a ocurrir, en cuál será el desenlace, sino en lo que ocurre durante el proceso. Hay una convención literaria que se sigue, una limitación obligada y, sin embargo, cuántas posibilidades nos ofrecen esas comedias.

            Siempre recomiendo leer textos de dramaturgia debido a esa necesaria concentración, a esa posibilidad de trazar retratos psicológicos con medios limitados y, en especial, el factor de que para que una obra teatral funcione, cualquiera que sea el subgénero -drama, comedia, farsa, tragedia- tiene que existir un conflicto, pues si no existe éste la obra no funcionará, por lo cual hay que tener en claro que la dramaturgia no es un mero conjunto de diálogos ni de sucesión de hechos en un escenario, sino una confrontación de acciones y personajes en escena, que es lo que da la sustancia dramática.

            Y aquí, por tanto, encontramos una prueba de que la receta, la convención establecida, puede funcionar, aunque está clarísimo que por sí misma no va a dar buenos resultados. Es sólo un carril que nos facilita la adecuación de las acciones y que nos permite encuadrar la acción, eslabonarla y concluirla conforme a una lógica intrínseca. El problema de la receta es que a menudo termina volviéndose un juego banal, un hacer por hacer. Sirve si uno quiere transmitir algo. Y abundan tanto esos cuentos de receta…

Jorge Cortés Ancona

Licenciado en Derecho, con Maestría en Cultura y Literatura Contemporáneas de Hispanoamérica. Es egresado del Doctorado en Literatura de la Universidad de Sevilla con una tesis sobre teatro y boxeo, y cuenta con un DEA (equivalente de maestría) de la misma institución. Ha impartido clases y cursos en diversas instituciones educativas y culturales sobre literatura e historia de las artes visuales. Ha escrito numerosos artículos y entrevistas sobre temas culturales y figura en varias antologías de poesía.

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