Cultura

Mantener nuestro Talón de Aquiles al resguardo

Entre los recuerdos de nuestra vida pasada que a veces nos asaltan a los longevos, están algunas expresiones lingüísticas que escuchábamos en nuestra infancia, en el ámbito familiar, y nos quedaba la incógnita de su significado. Según la curiosidad de cada uno de nosotros, era la reacción que solíamos tener al respecto.

            Como yo siempre he sido curiosa por naturaleza, rara vez me quedaba con las ganas de preguntar, o, al menos, de buscar en el diccionario el significado de aquella nueva palabra escuchada; ahora, si era toda una expresión en forma de dicho o sentencia completa, de esas con que los mayores hacían un símil con alguna situación del presente y por tanto para mí era desconocida, no tenía reparo en preguntar de dónde provenía o qué significaba. Lo bueno es que en casa nunca me dejaron sin respuesta.

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            Por eso un día que escuché a mi padre, referente a una situación por la que atravesaba un amigo suyo en aquel momento, respecto a no sé qué, que, aunque aquél se sentía invulnerable, sus antagonistas podrían encontrarle “su talón de Aquiles” a la larga.

            Mi cerebro de chorlito, enseguida quiso saber qué significaba aquello, quién era o había sido Aquiles y qué pasaba con su talón y, entonces, recibí esta respuesta:

            Que Homero, un poeta legendario que se disfrazaba de ciego para observar a la humanidad, decía que “el talón de Aquiles forma parte de nuestro ser, de nuestra personalidad sensible como seres humanos” y narraba que Aquiles fue un semidios, hijo de la diosa Tetis y del rey Peleo, que había sido muerto por la herida de una flecha que le disparó Paris, el más bello de los amantes poetizados. Que dicha flecha le penetró en la única parte de su cuerpo que era “morible” en su anatomía, su talón; el resto de aquélla, era inmortal, invulnerable, sin embargo, la vida se le escapó de esa manera.

            Mi padre, como maestro, si aquella leyenda fuera cierta, coincidía con Homero en el sentido de la indefensión de alguien que es atacado y su enemigo lo hiere por donde más le duele y le afecta sensiblemente, al grado de acabar, por ejemplo, con su autoestima, su tranquilidad emocional o moral, en fin, al grado de que acaba por morir, ya fuere desgastándose día tras día, o incluso, suicidándose.

            Por eso coincidía también con la idea de que todos los humanos, hombre o mujeres, en un momento dado tenemos nuestro “talón de Aquiles”, sin importar qué tan poderoso seamos. Por eso, decía también, que debemos tratar de llevar una vida buena, que no es lo mismo que una “buena vida”, hablando en sentido material; tratar de ser lo más amable, democrático y llevadero con nuestros semejantes; de aceptar cuándo nos equivocamos y cuánto; de ser así, tratar hasta donde sea posible, de enmendar nuestros yerros y no culpar a los demás de que éstos se hubieran dado.

            Nadie es perfecto en esta vida, pero hacer frente a los avatares con responsabilidad y dominio de nuestras emociones, nos hace menos vulnerables a los embates que pudieran presentarse a lo largo de nuestra existencia. Cuando ésta llegue a su término, que sea porque nuestro organismo fisiológico llegó a su fin y no a través de un flechazo a nuestro “talón de Aquiles”.

            Con mis ocho o nueve años, traté de entender este concepto y ya de adulta, he tratado de tener siempre al resguardo esa parte de mi humanidad.

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