En aquellos años y aún más antes, la Plaza Grande se colmaba de trovadores todo la noche. Estaban a la caza de novios enamorados dispuestos a llevarle una buena serenata a sus “noviecitas santas” (como se decía popularmente). Y cuando decimos la Plaza Grande decimos la Plaza Grande, porque no sólo el centro del parque ocupaban los trovadores sino los locales de establecimientos comerciales que no cerraban su s puertas hasta bien entrada la noche.
Algunos de esos sitios
Mi memoria no retrocede hasta antes de los años cuarenta, pero sí hasta los cincuenta en que nos trasladamos a vivir a los Estados Unidos.
Había una dulcería Mézquita donde la gente iba más por los trovadores que por los cakes y pasteles. Ahí escuchaba Ud. el rasgueo de las guitarras y el latir de cada violín (cuando los había) y entre los artistas no olvido a “Vistilla”, del trío Mérida, grupo muy solicitado por los serenateros, acaso por su profesionalismo o porque conocían los secretos de interpretar como se debe a los viejos clásicos de la guitarra y de la composición como Chan-Cil y Huay-Kuk (¿Así se escribe en maya, Señor eruditos Don Miguel Güemez Pineda y señor maestro D. Luis Pérez Sabido?).
Y muchos enamorados esperaban hasta largas horas nocturnas a los trovadores por alguna serenata. Otro lugar preferido de los guitarristas eran los corredores bajos del Palacio Municipal donde podía Ud. encontrarse con cuatro o cinco grupos y no recordamos si también don Chucho Herrera era parte de alguno de ellos.
Era una Mérida romántica, llena de encanto, sin mucha gente excepto nuestros queridos trovadores. ¡Qué noches aquellas!