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Mérida: Una ciudad de automóviles

Mérida ha sido sobrenombrada de varias maneras. Yo la recuerdo como La Ciudad Blanca (eso hasta ahora), La Ciudad de las Bibliotecas (y por añadidura, la de las motocicletas), La Ciudad de las Veletas…

¿Y hoy? Pues solamente echamos un vistazo a nuestras calles y se nos llena la mirada de automóviles. Miles y miles, de todos tamaños y de todas las marcas. Y estamos excluyendo a los camiones de pasaje y de carga y otros vehículos más. Desde hace algunos años la gente ha comenzado a adquirir su propio carro, cuente lo que cueste.

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Pero iniciemos por el principio, lo que yo recuerdo allá por los años 40 del siglo pasado, cuando las calles estaban inundadas de bicicletas, principalmente temprano en la mañana y finalmente a las 5 de la tarde. Y esto era porque los oficinistas, los obreros, los vendedores ambulantes, comenzaban temprano a dirigirse a sus labores, como los oficinistas, aquellos que trabajaban en los bancos o en las casas de cambio, los panaderos con sus enormes globos, los trabajadores de las fábricas y demás gente que sólo podía darse “el lujo” de tener su propia bicicleta. Es muy fácil: acuda usted a las bibliotecas y mire las fotografías de tanto bicicletero y cero autos (o cuando menos unos cuantos). He ahí la prueba. Mucha gente también le llamaba La Ciudad Blanca, tal vez porque las casas estaban pintadas de ese color (si queremos llamar color al blanco).

Transcurrido el tiempo, las calles empezaron a ocuparse por los automóviles como podemos atestiguarlo día con día. Todos quieren comprar su carro y, lamentablemente, ya no se puede dar un paso por la calle hasta que los automovilistas les dé la gana y se arman esos largos y tediosos desfiles que hacen la vida al parecer más rápida, pero en realidad, más lenta. ¡Y los accidentes…! Choques por aquí y por allá y sangre derramada. Pero todo tenemos que soportarlo pues habitamos La Ciudad de los Automóviles.

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