En últimas fechas la prensa diaria nos ha informado que Yucatán tiene ya otros tres pueblos mágicos. Eso suena muy bien y felicitamos con todo cariño a estas comunidades designadas con este calificativo tan encomioso. En lo personal, conozco las tres ciudades en plan de paseo y, circunstancialmente, en plan de trabajo, ya que durante un tiempo estuve laborando en la Sección Técnica o Consejo Técnico de la entonces Dirección Federal de Educación en el Estado, y, como asesora del área de español y literatura, solíamos impartir talleres breves en todas las cabeceras municipales, con asistencia de los maestros de cada zona escolar que tuviera su asiento en ellas.
Además, antes de adquirir mi plaza base en el estado de Tabasco, suplí múltiples periodos de licencia en distintas poblaciones de nuestro estado, y en cada una de estas me sentía encantada y admirada del ambiente social y cultural que se percibía en ellas.
No sé cuáles son los parámetros que determinan actualmente el calificativo del que hablábamos al comienzo de estas reflexiones; lo que sí puedo decirles es que, para mi experiencia personal, todas nuestras comunidades rurales, por pequeñas que fueren, a los que acudimos a ellas y, como trabajadoras sociales nos relacionamos con su gente, su dinámica social, su ambiente socio familiar, etc., nos parecían desde entonces verdaderos mundos mágicos.
¡Aprendíamos tantas cosas hermosas de su gente, de su estructura histórico ambiental, de su bonhomía socio familiar, de sus principios morales como producto simbiótico de dos culturas, de sus deseos de superación, pero sin desarraigo de su entorno físico y cultural! ¡De sus leyendas y consejos tradicionales…!
Mis padres, maestros igualmente del medio rural, por muchos años, ya me habían prevenido de todas esas sensaciones que iba yo a experimentar en cada núcleo histórico social en que me tocara laborar. Sabían de mi sensibilidad al arte, de mi grado de involucramiento en mis relaciones humanas, del respeto y la admiración que siempre me ha producido nuestro mestizaje bicultural, en fin, sabían que yo iba a disfrutar de cada una de esas experiencias que la vida me estaba regalando y así fue.
La magia de cada una de aquellas poblaciones se quedó en mi para siempre y estoy segura de que a un sinfín de compañeros maestros de mi generación y de muchas otras, les ha pasado lo mismo. Tal vez porque nos tocó vivir en nuestros centros de trabajo y, por ende, convivir con su gente, participar de sus alegrías y sus tristezas, de sus logros como comunidad, en fin…
Si en aquel tiempo hubiera habido estos certámenes para destacar la magia de una comunidad, al jurado le iban a llegar muchas más propuestas. ¡Felicidades a Motul, Espita y Tekax!