La historia de un pueblo la hacen sus habitantes, es decir, los que conviven diariamente y conversan de temas triviales pero que transmiten las costumbres y las tradiciones orales de generación en generación. Como en todo poblado, la gente nombra determinado espacio por un hecho sucedido, como la esquina del “Xux”; quiero pensar que hubo ahí un xux de dimensiones grandes o que alguien fue picado por una abeja o una avispa y comentó: “no pases por esa esquina porque hay un xux y me picaron”. Así lo quiero creer.
Bueno, así como existen esquinas que reciben un determinado nombre, también hay personas que aportaron su granito de arena para hacer de Motul una ciudad con historia, como don Gaudencio Puerto, quien era corresponsal de un diario meridano en esta ciudad y cuyo yerno, el “Chino Lol”, repartía los ejemplares en su bicicleta.
Por su parte, el amigo “Bacalao” era un experto conductor de calesas; era una persona afable y gozaba de mucha simpatía entre los usuarios; podías tomarte un refresco con él y platicar largo y tendido sobre asuntos y personas de Motul.
Cuando la noche empezaba a cubrir la ciudad, don Evelio Centeno ya estaba listo con su mondongo en un local de “La Cancha” (bazar municipal), donde colocaba una mesa larga y bancas; los comensales disfrutaban allí de un rico kabik, acompañado de chile habanero, cebollina y lima o limón, lo que el cliente eligiera, además de francés doradito de “El Negrito”. También había personas que iban a comprar mondongo para comer en su casa con su familia y esperaban a don Evelio con sus recipientes.
Enfrente de donde la gente comía mondongo se encontraban las tortas populares “Raúl”, que eran ricas y baratas, las cuales se acompañaban de una pino negra o un inigualable soldado de chocolate. Es obligatorio mencionar las sopas de “don Emiliano”, así como sus ricos panuchos y salbutes, que desde las cinco de la tarde ya estaban a la venta.
Los fines de semana, don Arsenio y su hijo, que con los años se convirtió en químico, vendían panuchos y salbutes de huevo con salsa de tomate y nada más; la demanda era increíble, sobre todo después de la misa de ocho de la noche; a las diez de ya no había nada; la gente los esperaba para disfrutar esos antojitos yucatecos.
Cerca estaba el amigo “Japonés”, quien vendía hamburguesas, sandwich club y unas ricas papas a la francesa, que se consumían mientras se escuchaba música en una rockola.
A su vez, el amigo “Kalimán” llevaba en su bicicleta dos sabucanes llenos de revistas de diferentes géneros como Kalimán, Memín Pingüín, Lágrimas y Risas, así como la más buscada por todos, “Alarma”, que era lo primero que se agotaba. Por las tardes, don Kalimán vendía billetes de lotería.
“Coquito” era un sobador, a los que ahora se llama quiroprácticos. Don Coquito te recolocaba algún hueso fuera de su sitio. La casa donde daba consultas era de paja y hoy día está sin techo.
Finalmente señalaremos que la panadería “El Negrito” era propiedad de don Manuel Palma, sobrino de don Manuel Palma Pompeyo, que era atendido por su esposa doña Azul y sus hijas; allí había pan dulce y pan francés desde las cinco de la mañana hecho en hornos de leña. Sus productos eran de excelente calidad como el pan llamado “mollete”, que tenía un sabor singular que no he encontrado en ninguna otra panadería. Continuaremos.