
Comencé mi actividad como escritor después de haber cumplido los cuarenta años, cuando, con un grupo de amigos me atreví con experimentos literarios, con resultados bastantes respetables. Se manifestó así mi encuentro con aquel gran misterio: el lenguaje, casi con sordina, a través de las pesquisas y con el tiempo me ha llevado al umbral de un nuevo y desconocido viaje mágico y misterioso, en búsqueda de respuestas y de verdades que yacían adormecidas dentro de mí desde siempre.
En pocas palabras, he vivido de cerca y de manera tangible realidades escondidas y secretas, recalco, a las que me he acercado con el corazón de un niño y la mentalidad de un joven. Desde entonces han pasado treinta años, pero la búsqueda prosigue imparable: miles de artículos, relatos, cuentos, libros. Las conferencias y entrevistas no me han cambiado la pasión y el anhelo por la otredad. Siguen inmutables. Por lo demás, siempre me he mantenido a cierta distancia del entorno de la intelectualidad en el que “maestros”, requete sabios o supuestos expertos que persiguen el reconocimiento y pontifican sentados en su burocracia, como si fueran omnisapientes.
Por fortuna existen personas que con su obra han contribuido hasta la fecha a hacer que la búsqueda avance, personas de verdad, alejadas de actitudes engreídas que se acercan a ese mundo con inteligencia y humildad y sobretodo, exento de prejuicios. El terreno en que se mueve un intelectual honesto no es fácil, está lleno de trampas y contradicciones, también a causa del sub mundo literario orgánico. Por este motivo, aunque sigo interesado en las letras, cultivo desde hace unos meses la pasión por la religión.
AMLO, además de sínico, es un dictador populista, narcotraficante, comunista, mesiánico y mentiroso, que comete el peor de los genocidios: un crimen de lesa humanidad: ¡Le gusta el béisbol! El lenguaje es un misterio que encierra una verdad y hay que buscarla.