
En Yucatán, como en todas las demás entidades de la república, los muchachos, sean o no escolapios, se llaman unos a otros a través de curiosos sobrenombres. Y como todas las cosas, tiene su tiempo y pasan de moda hasta el grado de olvidarse. Por ejemplo, los sobrenombres que se decían hace cincuenta años, o veinte, o treinta, ya nadie los recuerda, o han sido suplantados por otros nuevos tomados de la época en que se vive. Además, los chocos crecen hasta llegar a la adultez y nadie se acuerda de ellos.
En tema de conversación con un buen amigo, el escritor D. Indalecio Cardeña y Vázquez, surgió la idea de recordar algunos viejos sobrenombres y otros que se vienen practicando en tiempos recientes.
Por ejemplo, yo recuerdo a un querido campechano de los cuarenta, mi condiscípulo, a quien llamábamos “Veleta” por su estatura. ¿Y por qué “Veleta”? Por la sencilla razón de que en aquella época Yucatán estaba tachonado de “veletas” para extraer agua y eran muy altas. Luego lo dejamos de ver cuando retornó a su Campeche y ya pocos años más tarde las bombas para extraer el agua suplieron a las trabajosas veletas.
Por mucho tiempo, también se utilizó la voz “hombre” (pronunciada en Yucatán por muchos: “hombe”) que, cosa rara, ha permanecido incólume en las charlas de compañeros:
Ejemplo:
-Oye Pepe ¿Qué te sacaste la lotería?
-Muy poquita cosa: trescientos mil…
-¡Hombre, dichoso de ti!
La voz “chavo” la hemos venido escuchando desde hace muchos años. Y parece que sigue vivita y coleando y dicha lo mismo por chicos y grandes. Ejemplo:
-¿Por qué sigues merodeando todas las noches la casa del Lic. Godínez?
-Es que me trae loco una “chava” del rumbo…