
En pasadas secciones aludimos en cómo han cambiado las casas meridanas en un siglo. ¡Y vaya que han cambiado!
Hablamos entonces de las antiguas salas, principalmente en su mobiliario, así como el de las habitaciones, pero olvidamos el cuarto de baños, que con excepción de las de los ricos, ninguna contaba con la tina de baño tan popular en los Estados Unidos. Y estas casas ricas también contaban con el bidet, aquel mueble semejante a un inodoro pero con otro fin: era para asearse después de descomer, pero que sepamos, el bidet era de poco uso y más bien estaba ahí para decir, a la francesa: Yo también tengo un bidet. En el baño estaba por lo general el gran canasto con la ropa sucia y un perchero en la que colgaban la ropa de uso diario.
El cuarto de servicio era el más triste (y creo que lo sigue siendo): ahí se alojaban las cocineras, trasteadoras y demás y no había nada digno de mencionarse excepto el calendario de antes y algún retrato de los familiares de las trabajadoras. Y por supuesto las hamacas que también las había en los cuartos de los señores y de los niños. Pero los ricos preferían las camas y hoy, en nuestro tiempo, nos hemos acostumbrado a ellas.
No faltaban los floridos jardines en las casas elegantes y en las más elegantes la paradisíaca piscina (hoy son muchos los que cuentan con piscina).
Lo último era el patio, que podía ser enorme, donde sólo habitaba el perro, de fina raza o “malix”, según la plata del amo. También eran mascotas los gatos, como hasta ahora, y en un rincón, la batea para la lavandera, más tarde sustituida con la moderna lavadora, que no todo el mundo posee. En cuanto a la piscina, sólo potestad de los apotalados, la mayoría del pueblo empleaba las de alquiler, como la de la Casa Gamboa, hoy convertida en hotel. De las mascotas, los perros siempre estaban atados y sólo sueltos en la noche. Que diferencia a los de hoy, casi manicurados, bañados todos los días y vigilados por su veterinario.
Bien, nuestro escrito dará cuenta de la diferencia entre la Mérida de los tiempos de Picheta y los actuales. Y observamos cómo la ciudad se ha alzado y va creciendo sin medida. Lo que hoy vivimos, no lo vivieron nuestros abuelos y la pasaron muy bien.