
Me encuentro disfrutando de una rica y aromática taza de café veracruzano enfrente del símbolo del poder, el palacio municipal. Hace muchos años a un lado de este inmueble público existió una cafetería. En este atardecer fresco de otoño, las personas van y vienen, unas salen del trabajo y otras van a comprar, pues cargan su sabucán.
Entre sorbo y sorbo del aromático elíxir escribo en mí ya vetusta y deteriorada bitácora y lo hago con una pluma fuente, bella herramienta con la que trazo letras manuscritas del método “Palmer”.
Por asociación de ideas recuerdo ahora que en el exconvento de “San Juan Bautista”, anexo a la iglesia parroquial, funcionó una Academia en la que se impartían clases de secretaria ejecutiva, taquimecanógrafa, contador privado y tenedor de libros. Todos los estudiantes usaban pluma fuente y llevaban su respectivo frasco de tinta. Había allí máquinas de escribir “Underwood” negras y pesadas. En Motul había otra Academia, la de “Dolito”, familiar del amigo periodista Edesio Cervera, donde también había imponentes máquinas “Underwood” y “Olympia”.
En las tardes, cuando uno pasaba por el frente del exconvento se escuchaba el ruido que hacían las máquinas cuando los estudiantes hacían sus ejercicios para adquirir agilidad y precisión. La primera lección comenzaba así: “asdfg y ñlkjh” con las manos izquierda y derecha respectivamente. El chiste era escribir con los diez dedos sin ver las teclas. Las máquinas de escribir han quedado en el olvido y las generaciones actuales quizá ni las conocen.

Ahora veo pasar a una persona que me hace recordar los años 50, 60 y 70, cuando existía en Motul un parque de verdad, con jardines cuidados y con una fuente en el centro, y no con el antiestético “kiosko” construido no hace mucho y que desentona con el entorno arquitectónico. Los jóvenes de entonces me cuentan que cuando estudiaban su secundaria en la “Eulogio Palma y Palma”, que se ubicaba en los altos del palacio municipal, a la hora del descanso iban a la “La cancha”, el actual bazar municipal, donde había loncherías que vendían refrescos, tortas, panuchos y las sabrosas timbas (plátano, leche condensada y hielo raspado), mientras escuchan en las rocolas los éxitos de César Costa, Alberto Vázquez, Enrique Guzmán, Angélica María y Manolo Muñoz, por mencionar a los más conocidos rocanroleros.
También rememoro la Casa Carrillo, frente al parque, que vendía una amplia diversidad de artículos como piñatas, dulces, cuadernos, productos de abarrotes e incluso discos de vinil de 33 y 45 revoluciones para escuchar en los tocadiscos; paradójicamente, luego de que los discos compactos desplazaron a los de vinilo, estos han vuelto por sus fueros, aunque son muy caros, casi casi para coleccionistas; la gente joven prefiere escuchar música en un dispositivo electrónico vía streaming.
Otra diversión de los jóvenes era el billar, aunque no era del todo bien visto porque muchos padres creían que solo los vagos los frecuentaban.
Los sábados y domingos por la noche, bien vestidos, los jóvenes sin pareja daban vueltas en el parque, en tanto que los enamorados se sentaban juntos en las extensas bancas del antiguo parque. Había un espacio céntrico que todos llamaban “La Alameda” en la que no había un solo árbol, y donde ahora se ubica la estatua de Felipe Carrillo Puerto. En la parte oriente de La Alameda se encuentra la iglesia; en su flanco poniente, el parque infantil que fue inaugurado por la señora Eva Sámano, esposa del presidente López Mateos, y que ahora es un sitio de taxis; al sur hay una casa construida en 1885, según las letras grabadas en su fachada, que era de la familia Escalante; al norte, está “La cancha”.

En los años sesenta y setenta no todas las calles tenían alumbrado público ni todas las casas tenían agua potable; se consumía agua de pozo o de lluvia, que se almacenaba en tinajas. Los refrigeradores eran escasos; en las casas había neveras de madera con recubrimiento de lámina galvanizada para colocar el hielo y mantener en buen estado los alimentos y fríos los refrescos.
Otro recuerdo del Motul de la bella época era el mercado “20 de noviembre”, ubicado a espaldas del palacio municipal. Los pocos autos de esa época, así como las bicicletas y coches de caballito, podían rodear el mercado de carnes y el de frutas y verdura ya que no estaban unidos, como en la actualidad.
Motul es ahora una ciudad más moderna con dos zocos, tiendas de autoservicio, cafés, cocinas “económicas” y centenares de pequeños comercios diseminados por todo su territorio, aunque, desde la perspectiva de algunos, tiene tremendos déficits en materia de salud, educación y bienestar de la población.