Cultura

El rapto

José Guadalupe Posada: grabado de “Gaceta Callejera”.

-¡Esperancita, por favor! ¡Uay! ¡Retira tu denuncia!

            La secretaria del juzgado teclea el acta de la diligencia. Lupito Laínez se aferra a la reja de la celda. Trata de que su cara asome lo más posible entre los barrotes.

            -¡20 años de cárcel es mucho! ¡Son un montón de años! ¡Déjelo aunque sea en 17, licenciada!

            Esperancita, absorta, sólo dirigía la vista hacia el escritorio y la computadora. Se sentía flotar en ese ambiente de justicia implacable, oyendo con indiferencia las desesperantes súplicas de Lupito.

            -¡’Tá feo aquí! ¡Apesta! ¡Retira tu denuncia, Esperancita!

            La acusación era por rapto y violación. Había ocurrido a plena luz del día enfrente de un mercado, diez pequeños comercios, una guardería, una cantina, un supermercado, una escuela y un templo, aunque nadie vio nada. Se había efectuado con la ayuda de otros compañeros de la oficina -dos varones y dos mujeres-, que subieron a la fuerza a Esperancita al automóvil parado a media calle para que Lupito saciara sus bestiales instintos. Una vez satisfechos los deseos ante la complacencia de sus cómplices y aunque Esperancita no tiene ni petate en que caerse muerta, fue privada de su libertad para pedir un cuantioso rescate. Menos mal que pudo escaparse de sus captores, treparse a un árbol, saltar a una barda de dos metros de alto y de ahí a la calle para correr a toda velocidad a pesar de sus ochenta kilos y llegar a la agencia ministerial a interponer su denuncia.

            Los lugares donde estuvo privada de su libertad fueron en rápida sucesión una casita en una colonia del sur, una bodega en el Periférico, un rancho en las afueras y el privado de la propia oficina. No importa saber cómo fue posible que haya estado en esos cuatro lugares durante tres, ocho, dos, diez días, lo que cuenta es que la privaron de su libertad. ¿Y por qué detuvieron sólo a Lupito y no a sus cuatro cómplices? No sean tan ociosos de estar buscando siempre una lógica. Lo fundamental es que Lupito Laínez está ahora tras de las rejas bañado en lágrimas, haciendo pucheros de bebé.

            -¡Por favor, Esperancita! ¡Diarios me violan y ya me está gustando! ¡Uay, uay, uay!  ¡Sácame de aquí, por lo que más quieras!

            Esperancita entorna los ojos y se queda mirando hacia el techo.

            -¡Mi foto salió en todos los periódicos! ¡En la tele también! ¡En todas las redes sociales! ¡Mi fama, mi prestigio están por los suelos! ¡Uayayay!

            -¡Haberlo pensado antes de cometer su delito! -intervino la secretaria del juzgado.

            -Si no cometí ningún delito, licenciada. Soy inocente, soy inocente, lo juro por mi mamacita santa.

            -No mientas, Lupito. Abusaste de mí y ahora estás pagando lo que me hiciste -le espetó Esperancita, alzando la voz con mirada llena de lumbre.

            -Yo no hice nada. Y si algo malo te hice alguna vez, prometo no volverlo a repetir.

            -Cuando usted cumpla su condena, entonces podrá enmendarse y reintegrarse al seno de la sociedad. Mientras tanto, aguántese. ¿No que muy machito para abusar de esta señorita? -terció de nuevo la secretaria.

            Con el rostro totalmente descompuesto por el llanto, Lupito soltó unos gemidos de alto volumen. Su presunta víctima le dirigió una fugaz mirada beatífica y apretó los labios con fuerza. Todo ha sido una pesadilla constante, un rapto que ocurre todos los días, con violación a veces sí y a veces no. Lo peor es cuando alguna de aquellas mujeres cómplices se ríe vorazmente parada a la entrada de una oficina, gritándole sin parar: “Ahí viene Lupito, ahí viene Lupito”. Qué tormento escuchar eso cada vez que pasa por esa puerta, ese grito de burla que ocurre hasta cien veces seguidas… y todos los días, todos los días. 

            De pronto Esperancita se siente sola. ¿Dónde se fue la secretaria del juzgado? ¿En qué momento se llevaron a Lupito? ¿Por qué se perdieron de vista? Deja de apretar los labios y sonríe. Rebusca en su bolso un pastillero y una botellita de agua a medio consumir. Traga dos pastillas y se siente aun mejor, como arrobada. Ahí están todos de nuevo. La justicia le está respondiendo a su detallada y precisa denuncia. Lupito siempre le ha caído mal, cuenta horribles chistes y serán 20 los años que habrá de pasar en prisión. Sinvergüenza ese.

Jorge Cortés Ancona

Licenciado en Derecho, con Maestría en Cultura y Literatura Contemporáneas de Hispanoamérica. Es egresado del Doctorado en Literatura de la Universidad de Sevilla con una tesis sobre teatro y boxeo, y cuenta con un DEA (equivalente de maestría) de la misma institución. Ha impartido clases y cursos en diversas instituciones educativas y culturales sobre literatura e historia de las artes visuales. Ha escrito numerosos artículos y entrevistas sobre temas culturales y figura en varias antologías de poesía.

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