
Una suerte de enorme cajón no faltaba en las casas de los acomodados, aquellos que disfrutan de la “dolce farniente”, de la “dolce vita”, que fuman habanos auténticos de Cuba, o (más de nuestra época), los cigarrillos PALL MALL o Benson and Hedges; esos mismos que beben Johnnie Walker o el mejor coñac, y que cuidan de hacer desempolvarlo todos los días, pues saben que dentro de ese sabio cajón reposan los mejores licores (como el Chivas Regal de 18 años) mezclados con alguna suerte de incunables o “edición príncipe” (léanlos o no) y a las visitas del mueble propio de anticuarios ingleses o italianos.
Aludimos al bargueña fabricado con la mejor madera, asegurado con herraduras doradas que además sirve para dar un tanto de cachet al propietario de la casa. Ya casi no hay en Mérida, especialmente aquellos fabricados con las callosas manos del maestro Gottdiener. Quienes tenían biblioteca lucían en ella el gran mueble pero eran contados.
¿Quién poseyera un bargueño en estos tiempos aquí en Mérida?
La radioconsola
La radioconsola partió plaza en Yucatán al comenzar el viejo siglo y armó un alboroto pues todo mundo quería escuchar lo que decía aquel aparato que trajeron unos extranjeros y presentaron en el Teatro Peón Contreras. Claro que la voz no era la natural: se escuchaba como nasal y a veces tenía el tono de la voz de Frankenstein, pero había que dar fe de su estancia. Quienes compraban una la ubicaban en la sala y al principio toda la familia rodeaba al aparato que reproducía la voz de Caruso que enloquecía a las damas. Lamentablemente, los primeros discos se quebraban por su débil consistencia que con el tiempo cambiaría a “la pasta”, igual de quebradiza. Más tarde el Long Playing donde debutaron los Beatles, hasta los actuales discos CD (compactos) con un estupendo sonido.