Cultura

El cineasta (I)

Todo comenzó como una diversión. Cierta vez se le ocurrió salir a la calle con una cámara de video. Filmaba cualquier cosa que se le atravesaba. Una iglesia, las palomas de la plaza comiendo pedazos de pan, hombres caminando, gente en los cafés y sorbeterías y la chispa se le prendió cuando vio a una mujer. Su ingenio para esas cosas no se daba cuenta de lo mucho que agradaba a las mujeres estar frente a una cámara. Había descubierto una mina de oro.

Esa terrible loza de los seres humanos se convirtió en su aliada principal. En medio de lo que un gallo canta tres veces, dividido en el futuro, intuyó que aquello podría convertirse en su modus vivendi. Los restaurantes y bares de moda fueron entonces visitados por Tony, ahora, acompañado por un “iluminador” cámara en mano, comenzó hacer entrevistas de mesa en mesa, como enviado de la compañía televisora más importante del país, inclusive mandó a hacer su overol con el logotipo de Televisa en la espalda.

Como él se lo esperaba. Las personas a las que se acercó le respondieron de buena gana la entrevista. En especial las del bello sexo. Esto se vino repitiendo casi a diario, en abarrotados lugares de bohemia y solaz a la que tan afecto somos. Llegó al grado de hacer filmaciones sin rollo en la cámara.

Ya era conocido por mucha gente. El siguiente paso consistió en filmar un documental para dar a conocer las bellezas del estado. Hablándoles bonito y con mucha zalamería conformó el reparto. Fue una de las tareas más fáciles en el proyecto que tenía en mente, en donde unas chavitas se prestaban a aparecer en el mismo.

El próximo paso podría ser el estrellato. Quién quita/se decían las chicas/ que fueron llevadas del tingo al tango por el nobel cineasta, haciéndoles creer que en realidad aquella cosa tan disparatada que filmaba, y los parlamentos: dioses del Olimpo escritos por él mismo.

Verdaderos galimatías, monumentos a la ignorancia. Obviamente se acostó con varias de ellas.

Ahora ya tenía cierta experiencia en el arte de embaucar para hacer famosas a ciertas jovencitas. Entre sus tonterías, ya que Tony podía ser todo menos pendejo. En sus innumerables viajes a la capital se había colado de cierta clase del ambiente de la farándula. Había embaucado y cultivado a múltiples actores, actrices, productores y directores gay, utileros y hasta la viejita que vendía tacos a las puertas de Televisa.

La cafetería de aquel montejo de sueños fue su centro de operaciones. Hasta que la regó con la querida de un pez gordo y tuvo que salir huyendo. Sin embargo, aún conservaba algunas amistades en el medio artístico. Durante algunos meses se ausentó de Mérida. Los chismosos del café que gustaban y se burlaban de sus ingeniosas entrevistas no sabían a ciencia cierta a dónde había ido. Lo que sí sabían con certeza es que regresaría con la enorme sorpresa que había prometido y que a todos había comentado: una gran película.

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