

Cuando Silva trabaja en esta cinta, ya es considerado un actor, y no sólo una figura que gusta a las damas que asisten a las salas de proyección. Parece mentira ¿verdad?, pero para los periodistas y críticos de cine, David no siempre fue un actor. Enrique Rosado nos refiere una anécdota que avala lo anterior:
“- En sus principios David Silva en el medio era considerado, inclusive cuando trabaja en La isla de la pasión que es donde tiene su primera oportunidad importante porque lo dirige Emilio Fernández, sinónimo de un hombre con mucha presencia, con mucha personalidad, muy guapo para las mujeres, pero que definitivamente no era actor, pues hablaba siempre con un sonsonete que no correspondía a lo que la gente esperaba en cuanto a actuación.
Así que cuando comienza el rodaje de Campeón sin Corona, ésta observación se manejó mucho, se corrió mucho en el medio el comentario de que Alejandro Galindo estaba haciendo una película verdaderamente extraordinaria porque era un cine distinto en cuanto a exploración de estrato social.



Un día, al encontrármelo en los estudios le comenté:
– Oye, todo mundo dice que estás haciendo una extraordinaria película, lo único que yo no entiendo es que si David Silva siempre ha estado considerado como un actor mediocre, ¿Cómo es posible que todos digan que está tan bien?
Entonces me contestó Alejandro:
– Déjate de pen….. espera a ver la película y entonces me dirás si no está bien David Silva. Y este mensaje va para todos los que están haciendo este comentario.
Al estrenarse la cinta, David se vuelve la sensación. Todo mundo dice: Alejandro Galindo le sacó todo el partido.


Esto se debió a que Alejandro era perfeccionista para dirigir actores, no les imponía más que el ritmo de como tenían que hablar. No les decía: dime esto de esta manera. No, él les decía: dímelo como lo sientes, nada más no me hagas la pausa aquí, sino en este lado.
Los dejaba hablar como realmente lo sentían, pero con el ritmo que él quería.”
Lo anterior resulta revelador, sobre todo para quienes conocimos a David Silva como un actor maduro, y que en los setenta nos sorprende verlo en el cine fantástico filmado por Alejandro Jodorowsqui: El topo (1969); Rafael Corkidi: Angeles y querubines (1971); y Juan López Moctezuma: La mansión de la locura (1971)
Estas cintas, indudablemente forman parte muy importante de su filmografía, ya que forman parte importante de la filmografía del cine mexicano de los años setenta.
Su presencia fue, es y seguirá siendo un emblema del galán impasible y duro. Que lo mismo puede ser un chofer de autobús urbano, que un joven que va con la modernidad y vende aspiradoras, o un hombre elegante que representa a los empresarios de la época o a ese gángster hoy sólo conocido en el cine de la primera mitad del siglo XX.


Su rostro es indudablemente urbano y eso es el sello de David Silva: la urbe que se eleva tratando de alcanzar en su sueño, el cielo del desarrollo primer mundista.
Urbano, y de una voz inolvidable, David Silva es uno de nuestros dioses tutelares de la cinematografía que nos pertenece y cobija, a pesar del gastado neoliberalismo ochentero en este 1er cuarto de siglo XXI.