
Hubo un tiempo, alrededor de 30 años, que se publicaban en Mérida varias revistas que relataban en su diversidad todo el acontecer económico, político y social de nuestra ciudad. Tenía amplia circulación, se expendían en los kioscos de periódicos de los inolvidables estanquillos de Pichetas. Lógicamente los había de lujosa presentación y papel, así como fotografías, generalmente financiados por alguna institución.
Y los había también semiartesanales, pero que, sin embargo, todos se sostenían con dichas contribuciones. En lo que no existía ninguna era una revista dedicada a la cultura en general y al rock en particular.
Tuve la idea, entonces, de hacer una con esta temática. De la idea pasé a los hechos. Sin un centavo comencé a buscar a los colaborases de ese, al parecer, imposible sueño. Con dicho esfuerzo logré convencer a una buena parte de las mejores plumas de entonces, aunque estaba abierto a todos. Es decir, los buenos, los regulares y los malos. La cosa funcionaría de la siguiente manera: cada colaborador entregaría su texto, comprometiéndose a imprimir y divulgar cuando ya la revista estuviera lista y terminada.
Como antes dije, en un 80% estaría dedicada a aspectos sobre el rock, ya sea local nacional o internacional. Después de recoger una a una las colaboraciones en las que estaba incluida la poesía y el dibujo. Nos dimos a la tarea de elaborar el primer número. Entre los más o menos comprometidos con el proyecto acudimos a una fotocopiadora, de la que salieron los primeros 15 números. Jamás nos imaginamos lo laboriosa que sería la edición y el formato de la revista.
La cosa era de la siguiente manera: cada quien con grapas, lo cual era muy trabajoso con la revoltura en la numeración, hasta que por fin las primeras revistas quedaron concluidas. Recomendando al lector, que le llegaba elaborase un número igual al que se le obsequiaba. Ya que el precio era simbólico.
Ahora venía la cuestión de escoger un título atractivo para nuestra querida revista (que posteriormente alguien le dio a este tipo de literatura el nombre de fanzine) le pusimos, después de mucho pensarlo, “El Cocoyol”, vocero de la Contracultura. Ahí publicaron sus primeros textos algunos de los que después serían los consagrados como uno de los mejores poetas yucatecos de la época: Jorge Pech Casanova, Manuel Calero Rosado, Jorge Cervera, Faulo Erode, Jorge Cortés Ancona, Cristina Leirana, el poeta Jorge Lara Rivera. Los artistas gráficos Alberto Muñoz, Renán Novelo, Jorge Rivas Lugo y otros muchos más que se escapan a mi memoria.
Se publicaron durante un año alrededor de 15 números. Yo mismo me asombraba de la artesanía original. La publicación cada día tenía más aceptación. Sin embargo, alguien comenzó a introducir “El Cocoyol” a una persona con un pensamiento completamente opuesto a nuestra llamada editorial, que llamábamos nuestra línea editorial. Poco a poco se fue quebrando todo, ya que uno de estos personajes intentaba apoderase del proyecto, lo que en una revista, llamémosle normal. Cosa que iba en contra de nuestro ideal, contracultural y rockero. Yo me separé de la misma. Y hay quienes piensan que “el rock es una forma de vida” y es una estupidez lo que hice. Y el afamado fanzine y “El Cocoyol” desapareció y, aunque hubo otras imitaciones, estas iban dirigidas a un círculo reducido. “El Cocoyol” basó su éxito en que era tan plural, que lo leía desde el más conservador hasta el más alto funcionario cultural.