
Aunque Ud. no lo crea… como diría el legendario Ripley, don Serapio Baqueiro Barrera inició y concluyó su novela “El Intruso” en una semana en las mesas de los cafés de Mérida. Esto ocurrió el año de 1938 y la obra está hecha para poner los pelos de punta.
Don Serapio, periodista también, era un cafetófilo empedernido y gustaba de gastarse las mañanas recorriendo lo más céntricos cafés de Mérida. Comenzó la novela “mientras fumaba y tomaba café”, explica palabras más, palabras menos, sentado a una mesa de mármol en “El Louvre”, junto con el “Ambos Mundos”, uno de los dos primeros cafés meridanos del siglo XX. Y relata que permanecía en ese lugar “de nueve a once, cuando en el recinto, algo penumbroso de la vieja casa infanzona que ocupa, sentía cruzar sobre mi cabeza inclinada ante el papel, pero yo imperturbablemente” escribía… porque conozco el secreto de aislarme, de abstraerme de todo lo que me circunda…” (sic)
Cumplía con otras obligaciones y “ya tranquilo me instalaba en el moderno Café Express”. Y desde luego que no sólo a tomar café y fumar cigarrillo tras cigarrillo, sino a proseguir escribiendo su novela. Ya sabemos que el Express ha cambiado mucho y está lleno de turistas americanos y de otras tierras, todo muy distinto del año de 1938.
Y de ahí, a otro café, a proseguir la creación: el de La Panificadora que entonces estaba (y está, creo) en la Plaza Mayor, donde don Serapio se sentía también muy cómodo escribiendo y admirando por ratos “los opulentos jardines de nuestra Plaza Mayor”. Don Serapio termina su novela del siguiente modo: “Así, sobre una mesita de café, terminé este libro bueno o mala, pero en conclusión un libro…”