Cultura

Una extraña manera de ponerse de acuerdo

Una extraña manera de ponerse de acuerdo

La primera ocasión que viajé a España lo hice con mi padre y con el fin específico de mirar las corridas de Sevilla y de Madrid. Fuimos muy afortunados, porque en una de las corridas, el genio del toreo, Curro Romero, toreó como los propios ángeles. Como nadie ha toreado en la historia. Y fue en la REAL MAESTRANZA DE CABALLERÍA en Sevilla y en feria. COSA que no era muy frecuente, ya que su gitanería le hacía tener veinte tardes malas y una buena.

Nosotros fuimos los suertudos de verlo enorme. Por la tarde, toda la ciudad decía “HOY HA TOREADO CURRO”. En las esquinas, grupos de jóvenes cantaban y tocaban sevillanas. Estuvo tan genial, que en un pequeño restaurante, en un muelle sobre el río Guadal Kibil, ha sido la única ocasión en la que he visto a mi padre ebrio en toda su vida. Desde ahí mirábamos la Giralda.

Días después, en Madrid, en un café de la GRAN VÍA se encontraba un señor, abogado de profesión y pintor de cierto renombre. En eso, entro al lugar un grupo de aficionados y aficionadas que había estado presente en aquella gran fiesta de arte mayor en Sevilla. No cesaban de hablar sobre la magnificencia extra terrenal del torero del Faraón Camas.

Fue casi una hora rememorando aquella inolvidable tarde. El señor de alado escuchaba aquella conversación y pidió permiso para intervenir en la plática. Se presentó como no aficionado, pero tampoco anti taurino, debatiendo al grupo, expresándoles que eso de Curro Romero y su genialidad se trataba de puro cuento. Ya que él lo había visto en una ocasión que estuvo fatal, saliendo de la plaza entre cojines.

La prensa decía igual que iba de fracaso en fracaso. Entonces, la mujer de la mesa de alado le dijo que ahí estribaba la diferencia: entre los que lo habían admirado estando en diestro, poseído por los ángeles y los duendes. Esa es la gran diferencia, los que hemos llorado de emoción en el tendido ante su arte, arte mayor. El señor pintor seguía insistiendo en que era un cuento chino el matador Curro Romero. Para entonces ya les había indicado que él era pintor.

Entonces, la aficionada le dijo al señor que ella pensaba que Picasso (era la época de mayor popularidad y arte del pintor malagueño) les había tomado el pelo todo este tiempo. El abogado pintor abrió tremendos ojos y asombrado le preguntó: “¿de verdad piensan ustedes eso? Si es así, entonces sí creo que Curro Romero es un gran genio de la tauromaquia”.

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