
Es cierto, vivía en Yucatán en el siglo XIX, colmado de romanticismo vulgar, la llegada del carrousel y de aquel don Blas Díaz con su pequeño mono recogiendo las moneditas que la gente le regalaba después de escuchar en su acordeón alguna pieza de Verdi o de Rosinni. Pero nada se puede comparar con la ruidosa y cursi bienvenida que se le brindó a la emperatriz Carlota al descender del barco que la condujo a Sisal. Enseguida se presenta un poetastro leyendo lo siguiente:
Bello en el sol de tan risueño día,
Tranquilo el mar de la ribera azota,
Y el pueblo sisaleño en su alegría,
Rebosa de adhesión y simpatía
Por su muy digna Emperatriz Carlota
Pero no es el único que dirá algún “verso”
Augusta bienhechora
Del noble y mejicano suelo,
Ven en buena hora,
Egregia protectora,
De Yucatán a mitigar su duelo.
Y alguien más tendrá, en una cuarteta, algo que agregar:
De nuestra nueva patria, sois, Señora
Angel de amor, de paz y de ventura,
Y el pueblo meridano en vos adora
La virtud, el talento y la hermosura.
Por todas las calles de la ciudad se escuchan valses mal digeridos por mal dirigidos “maestros” que han visto en la Emperatriz la salvación de Yucatán, una futura época de bonanza, especialmente los encomenderos y los nuevos hacendados.
El gran baile de recepción sería en la residencia de don Darío Galera que ha hecho de su hogar un palacete.
Se ha dicho y repetido que cuando la Emperatriz entraba en la ciudad, los jóvenes hijos de unos ricachones tomaron el lugar de los briosos caballos que arrastraban la carrosa real y con no poco esfuerzo y mucho sudor lograron depositar a su Emperatriz a las puertas de la casa que ocuparía. ¡Ah, tiempos aquellos! No imaginaba Carlota el fatal destino de su esposo el Emperador y compinches que la acompañaban…