Hace algunos años, por razones o cuestiones de trabajo, acudí a la presentación de un libro como tantas veces había hecho antes. Recuerdo que fue en uno de los salones del recién inaugurado local de la ex Clínica (La Ibérica), transformado en centro cultural. Parecía una noche mágica, con hermosa vegetación, exuberancia de reflectores. Entre el agradable fresco de aquella noche de esplendor se encontraba reunida la crema y nata de la intelectualidad literaria yucateca, incluidos aún aquellos que casi jamás asistían a ese tipo de eventos, es decir, jefazos y jefecitos. Todos uniformados como cualquier cosa, menos como escritores, enguayaberados cual políticos burócratas, que es lo que en realidad eran los conferencistas y el público. Lo que sucede es que el autor era un hombre intensamente rico y se las daba de escritor, eso sí, muy buena persona, pero que estos que me llaman el no escritor tenían que hacer acto de presencia para lambisconearle al hombre.
En el presídium, las y los, en especial las aspirantes, más que escritoras lo que querían era conseguir una chamba, así sea de abre puertas en alguna institución cultural. En medio de estos especímenes, el autor, de nombre Jorge, que debo decir era muy buen amigo mío, y en la mesa, la portada del libro a presentar.
Recuerdo que algunos conceptos vertidos por los presentadores eran de exaltar una obra cumbre de la literatura. Puedo recordar, por ejemplo, que al referirse a cierto pasaje de la novela se referían en la misma a los lectores que encontrarían fenómenos luminosos. La trama se desarrollaba en el campo yucateco (el autor era un ex hacendado millonario).
Corrientes de energía que se liberaban de forma imprevista. Para esto el autor, hinchado como un pavo. Y continuaba diciendo que los textos y fenómenos de un texto pueden fascinarnos, interesarnos o no importarnos. Mucho de esto se hallará en esa fabulosa novela. También habló una aspirante a escritora, diciendo que ahí se refería a todos los que buscamos un sentido a lo que hemos sido, somos o seremos. El público, embelesado. Continuaron hablando los dirigentes culturales, que en aquella maravilla había puentes entre el pasado o el futuro. Remasterizaciones. En fin, un libro muy recomendable.
Una ovación rubricó las palabras referentes a dicho texto. Sin embargo, al intentar los asistentes adquirir un ejemplar (supuestamente imprimieron mil ejemplares) el autor dijo que no iba a autografiar su libro, ya que aún se encontraba el delegado de la imprenta. Y prometió que posteriormente saldría a la venta.
Sigilosamente me acerqué a la mesa y miré la portada del libro de barras. Era solamente un cartón en forma de libro, como escenografía. Después se ofreció un espléndido ambieu. Ahí tomé de los hombros a Jorge, es decir, el autor, cuestionándole cuándo podría obsequiarme un ejemplar. Él me llevó aparte y misteriosamente me dijo al oído: “a ti, como eres mi amigo desde niño, junto con tus hermanas, te voy a decir la verdad, no lo he comenzado a escribir”.