
Ya hemos dicho en columnas anteriores que los meridanos de la primera mitad del siglo pasado (principalmente los muchachos) perseguían por las calles gritándole la primera palabra que se les ocurriera para ver si podía repetirla pero Zavala las repetía, a veces agregando una grosería del coraje que le daban esas burlas que no lo dejaban en paz.
Pero los estudiantes no estaban satisfechos y perseguían acuñando palabras de todo tipo para lanzarle a su víctima sin lograrlo. A veces se juntaban en el Parque Hidalgo dizque a estudiar, o en la Plaza Grande, o en cualquier otro parque dedicando largo tiempo de su reunión a inventar la dichosa palabra, una palabra tan dificultosa que el viejo Goyito no pudiera repetir.
Y al fin, después de muchas malas noches y largas y absurdas conversaciones llegaron a acordar la gran palabra, una que además de difícil de pronunciar resultara lo más larga posible, de tal suerte que Goyito no repitiera las fáciles como “Valentino”, “Firpo”, “Fotingo” tales como las transcribimos en nuestra pasada entrega.
No se sabe quién de los muchachos reunió varias palabras a la vez, formando una sola compuesta dificilísima de pronunciar y que era ARMENIQUELECTROMECANODACTILOGRAFO.
¡Eureka! Gritaron todos a la vez. Esa palabra no podría pronunciarla sin fallar ni el mejor anunciador, ni el mejor locutor, ni el mejor entrenado en gimnasia lingüística. En una palabra: era impronunciable. Y así fue, en verdad, pues al oírla Goyito sólo se quedó patitieso por unos segundos y prosiguió su diaria caminata. Pero el “inventor” no había inventado nada: él sencillamente se había fijado en que con esa enorme palabra se anunciaba (no sabemos si en la prensa o por la radio) su negocio el Sr. Emilio Gutiérrez, negocio como reparador de máquinas de escribir en un rincón precisamente del Parque Hidalgo. Sólo así pudieron chasquear a Goyito Zavala.