
Hablábamos recientemente de los tipos populares de Mérida comenzando con Goyito Zavala, que, como dicen nuestros jóvenes ahora, no andaba “muy bien de la azotea” (Azotea: la cabeza). Y eran precisamente estos muchachos los que más asediaban a Goyito gritándole nombres de personajes o actores de cine de esa época:
-¡Hey, Chaplín! (acentuando el apellido)
-¡Ven acá Firpo! -(nombre de un boxeador famoso)
-¡Drácula! ¡Repite su nombre!
-¡Di guagua! -como le decían al autobús entonces
-¡Valentino! -por el famoso actor Rodolfo Valentino. ¡Di Valentino!
-¡Frankenstein!
-¡Fotingo! -por como llamaban a los automóviles.
Pero lo que más le molestaba era que, parodiando su nombre, le gritaran: ¡Pollito!
Y el respondía furioso: -¡Que pollito ni que pollito!
De hecho, nunca se quedaba callado cuando le gritaban algún apodo y a veces groseramente, como cuando le decían Chaplín, entonces amenazaba con su bastón y gritaba:
–¡Chaplín, Chaplín, Chaplín tu madre!
Pero la respuesta de Goyito estimulaba a sus detractores a inventarle nuevos sobrenombres y así se armaba un dimes y diretes callejeros entre el ofendido y los ofensores ante las burlas y el festejo de la gente de la calle. Y Goyito al fin emprendía la carrera y en cuanto veía la puerta abierta de una casa, se introducía y gritaba: ¡Me están fastidiando! Muchos lo corrían de la casa, pero otros, como ya antes informamos, lo protegían, le daban ropa y comida por un tiempo. Yo, un chiquillo de ocho años, conocí a Goyito en el barrio de San Juan y nunca olvidaré su curiosa figura vestida de ropas usadas y sombrero de pajilla. Pobre Goyito: sufrió las groserías de la gente pero nunca abandonó su diaria caminata matutina.