Cultura

Crónicas del pan (II concluye)

Crónicas del pan (II concluye)

Pero todo en esta vida nos tiene insospechadas posibilidades. Hoy, en el desayuno, este pan amarillento y semi podrido sirvió para algo más que para proveer a mi familia de carbohidratos.

El papá tenía un trozo de pan en la mano. De pronto, el pan (con su habitual imprevisibilidad de comportamiento) se descompuso, se desinhibió en dos partes. Y la mayor fue a dar al suelo. El papá se quedó con la otra, la menor, entre índice y pulgar.

Primero, con un gesto desconsolado, el padre bajó la cabeza y comprobó que la mayor de las dos partes estaba perdida para siempre, pisoteada por varios y regada por el suelo.

Luego, con una expresión, el papá contempló la menor de las dos partes, que aún conservaba ridículamente en la mano derecha.

Las situaciones tontas y desairadas llevan fatalmente a la crisis de melancolía, porque subrayan lo vulnerable del sujeto y facilitan la autocompasión.

Al verse con el cacho de pan entre los dedos, el papá recordó con predicción fotográfica una escena de su fraternidad. Juanito y Pepito comían primero y se acostaban. Una vez acostados, los niños de en medio (como decía la madre) comían, los mayores, en santa paz y descanso. Si el teniente regresaba a la casa cuando los niños estaban a la mesa, se sentaba con ellos para verlos comer, “alimentarse”.

Cierto día, Teresita salió con esta tontería: papá, ¿tú no comes…? No, mi vida, ahora no. Toma un poquito de mi pan para que comas…y le alargaba entre índice y pulgar un trozo como aquel. El padre se guardó el trozo de pan en el bolsillo de la camisa. Con la otra mano y del otro bolsillo sacó un pañuelo en el preciso instante en que las lágrimas rebasaban los párpados y se echaban a rodar por las mejillas. Habría sido imperdonable que un padre de familia rompiera en hipos y sollozos delante toda su familia. El señor buscó donde llorar, y lloró a solas.

Todo por el bendito pan.

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