
Esta historia conmovedora DEL HIJO que, recibiendo la herencia de su padre, se marchó a lejanas tierras lo dilapidó todo viviendo una aventura de derroche, de vicio, de desenfreno y de perdición, sin darse cuenta de que lo que hacía lo llevaría a la miseria. Este pobre joven no tuvo un poco de prudencia para reservarse “ALGO” para los momentos difíciles. Cuando a aquella región le llegó un momento crucial de hambruna, a este pobre e inexperto jovencito, le fue muy mal y, después de haber probado el trabajo, que jamás había hecho y de recibir un salario mínimo que no le alcanzaba ni para poder saciar su hambre, volvió en sí, es decir, recapacitó, recobró su consciencia y pensó con toda sabiduría: ¿Qué me está pasando? ¿Por qué he llegado a este extremo de miseria cuando en la Casa de mi Padre, hasta el más humilde jornalero tiene pan y comida en abundancia?
¡Ya sé qué debo hacer! ¡Volveré a mi Padre y le confesaré mi gran error, mi gran pecado y mi gran ofensa, porque esta rebeldía me trajo desgracia y me hizo ofender al mismo Dios y entristecer a mi propio padre! Algo le decía a su corazón que NO HABÍA PERDIDO SU DIGNIDAD DE HIJO, humillado, decidido y arrepentido se levanta y sin pensarlo más, se regresa a Casa de su Padre.
¡Qué decisión tan sensata, tan atinada y tan afortunada! El Padre lo estaba esperando, porque sabía que este hijo suyo, quien gozaba de su gran amor paternal, un día regresaría, porque fuera de la Casa del Padre, todo es diferente, todo es ilusorio, todo es falsedad, toda riqueza desaparece y todo carece de sentido. Afortunadamente, tuvo una sabia decisión y actuó de inmediato… ¡no hizo filosofía del regreso o no! Cuando uno ya probó el amor del padre, ¡jamás lo olvida y ande donde ande y con quién ande, ¡LA SANGRE PATERNA LLAMA! ¡Las ovejas fieles siempre regresan a la casa del pastor, porque solo el Buen Pastor las lleva a fuentes tranquilas y a sabrosos pastos!
En cambio, la actitud ante la vida de su hermano mayor fue de un hombre vil, cruel, envidioso, jactancioso, altanero, amargado y muy ciego, porque a pesar de que su padre también a él le dio su propia herencia, se enfureció al ver cómo a su hermano, el derrochador, su padre le dio anillo, calzado y vestimenta nueva y, lo recibió con un espléndido banquete. Este hermano mayor se sintió ofendido ante la acción de su padre y le reclamó su conducta equivocada, diciéndole: “Padre: por años te he servido sin desobedecerte, y jamás me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos.”(San Lucas 15:29). Este hombre ya había recibido la parte de su herencia y estaba tan cegado por la actitud de su padre, que le reclama sin razón, porque todo cuanto había de tierras y de ganado eran totalmente suyos. Esta actitud es propia de quienes solo SON CAPACES DE VER LA MALA CONDUCTA DE LOS DEMÁS, cuando ellos con ese complejo de jueces solo viven amargados, criticando a los demás, sin disfrutar la alegría, la paz y la generosidad divina con la que Dios ha bendecido a la familia.
Una cuaresma sin paz, sin salud, sin comprensión a los demás, no nos prepara para celebrar LA FIESTA DE LAS FIESTAS: LA SANTA PASCUA. ¿Cómo es posible participar plenamente la alegría de la resurrección sin amar a nuestros hermanos y perdonarles todas sus ofensas? ¡Sin perdón no hay alegría, ni paz, ni salud, ni felicidad! En cambio, con amor, nuestra vida está alegre, nuestra mente está sana, nuestro entusiasmo produce salud.
Este segundo Domingo del Triodio nos invita a ser SABIOS, A VOLVER A LA CASA DEL PADRE, A AMAR CON ALEGRÍA, A APRENDER A PERDONAR PARA PODER SANAR Y