
Fue durante la década de 1990, en la segunda generación de teléfonos celulares, que comenzaron a aparecer las primeras aplicaciones móviles. La tecnología lo permitió. Una aplicación móvil es una herramienta informática diseñada para facilitar la experiencia de las personas que usan algún dispositivo móvil, como el celular o una tableta. Fue así que, desde un celular, uno podía acceder, por ejemplo, a una calculadora, a un reproductor de música digital, o la radio.
Las aplicaciones, en esta idea de “facilitar gestiones o actividades a desarrollar”, se han ido diversificando. Hoy en día, existen prácticamente aplicaciones móviles para todo tipo de actividad, ya sea para tareas profesionales, empresariales, de comercio, estilo de vida, educativas o divertimento. Existen aplicaciones muy útiles que permiten el pago de servicios domésticos. Uno puede pagar el agua, la electricidad, o pedir servicio de alimentos a domicilio, así como otros tantos servicios a través de ellas.
Desde su aparición las ganancias por la producción de aplicaciones móviles han ido en constante ascenso. En México, el año pasado, tiendas de aplicaciones obtuvieron ganancias por 1,600 millones de dólares, incluyendo la publicidad y las ventas generadas dentro de la misma aplicación. Y es que varias de las aplicaciones móviles cobran una cantidad específica por proveer de sus servicios. Las versiones básicas o gratuitas, suelen ser solo un gancho para que usuarios paguen por sentirse acompañados de una aplicación móvil.
Entiendo que existan aplicaciones que atiendan necesidades contemporáneas, como pagar la tarjeta de crédito a través de la aplicación o App –como también se les conoce– de un banco. Uno se evita las quisquillosas filas bancarias, aunque, dando clics sobre la pantalla del celular, y viendo como el dinero se mueve virtualmente de un lado a otro, no ofrece mucha certidumbre, pero preferimos tener fe o confianza en estos programas informáticos.
Y sí, facilitan muchas cosas: pagar el agua, la basura, el predial, el entretenimiento streaming, y hasta pedir unos tacos o una pizza. Sin embargo, y de aquí la preocupación, existen actualmente aplicaciones móviles que parecieran intentar suplir la función de un profesional de la salud.
Me sucedió a mí. En una red social –para no variar– vi el anuncio de una aplicación móvil que asesoraba el control nutricional, y que ofrecía una parte de sus servicios de manera gratuita. La descargué con curiosidad, indagando también hasta dónde hemos incursionado con estas nuevas tecnologías, y di seguimiento puntual a sus recomendaciones: beber 3 litros de agua al día (incluye contador de vasos de agua), caminar 4 mil pasos como mínimo (trae el contador de pasos incluido), realizar períodos de ayuno “controlados” (trae contador de horas del ayuno), y un sistema de medición de metas con sus respectivas recompensas, todas ellas, virtuales.
Cabe señalar que como se trataba de una versión gratuita, no tenía acceso a la parte complementaria del plan nutricional y recetas saludables. Sí, en cambio, recibía mensajes alentadores del tipo “tú puedes, fulanito”, para animarme a seguir. Lo cierto es que después de una semana con períodos de ayuno hasta por diez horas, me vi descompensado y con pocas energías para sobrellevar el día a día. Lo más adecuado fue desinstalar de manera inmediata la app.
La rara experiencia me hizo constatar que no podemos dejar nuestra salud en manos de un programa informativo que está diseñado, sobre todo, para vender. Que hasta hoy, en pleno siglo XXI, se requiere de la interacción con otras personas, ya sea en el plano profesional médico, amistoso o de entretenimiento. Que se requiere reforzar una sana y humana socialización, ya que la interacción tú a tú jamás podrá ser remplazada por la tecnología o la robótica.
Mi preocupación redunda, en el mismo sentido, en la situación actual que se vive en Yucatán respecto a la salud mental y el número elevado de suicidios elevados cada año. ¿Por qué nos estamos suicidando? Una alta tasa que, insisto, no puede ni debe atenderse, únicamente con una aplicación informática y que requiere de un paradigma de acción gubernamental integral. No se puede tapar el sol con un dedo, y mucho menos con una app móvil.
Existe la creencia, sin embargo, de que las relaciones humanas han caducado, se insiste en el individualismo y la autosuficiencia como un estilo de vida. Revistas, sitios de internet y hasta aplicaciones nos venden dicha premisa: estamos mejor solos. Pero no es así. La sociedad en sí no niega al individuo, al contrario, de él se nutre y conforma. Lo que requiere es reconstruir nuevas formas de interacción, es decir, entablar relaciones de calidad, que sean respetuosas de los derechos humanos, lejos del dañino prejuicio.
Quizás el actual modelo económico y de consumo nos hace, como colectivo, imitar lo que precisamente consumimos. Una especie de mímesis de lo que diariamente vemos y usamos. No percibimos en las otras personas el sentido humano, sino el sentido utilitario, como si se trataran de aplicaciones móviles. Nos da lo mismo mientras sean de utilidad. Si no, sencillamente las desinstalamos (cancelación) de nuestras vidas, cortando cualquier posibilidad de encuentro y comprensión. Desde esta perspectiva, nuestras relaciones humanas se encuentran indudablemente en un punto de obsolescencia y vulnerabilidad.
Post scríptum
La periodista y corresponsal española Almudena Ariza, compartió en su twitter el siguiente post: “En Seúl ya he visto hoy autobuses autónomos, sin conductor, y hoteles atendidos por robots”. Mejor, imposible.