
Hacemos constar a nuestros lectores que sólo nos estamos refiriendo en nuestra sección a lo que recordamos de la Plaza Grande de hace unos cincuenta o sesenta años, no de la historia de la Plaza in toto, puesto que ya en otras entregas hemos hablado del asunto desde el punto de vista histórico.
Hecha esta aclaración nos trasladamos ahora a la calle 63 en aquellos hoy lejanos tiempos. Comenzaba desde el norte con la coctelería de aquel popular Mecho que luego la hizo cantina. Ahí, por primera vez despachaban los tragos meseras y no meseros, lo que era una novedad. Mecho las sabía escoger por guapetonas, pero había algunas de “mírame y no me toques”. Prosiguiendo por la misma calle 62 estaba El Centro Cubano, sitio donde a veces jugábamos al billar con otros estudiantes sin libros. Y se decía que en la parte posterior del Centro acudían personas muy mayores a jugar a la baraja.
Después (o antes, no recuerdo) se encontraba otro billar pero más pequeño, que preferíamos por ser menos ruidoso. Olvidamos decir que a las enormes puertas del Centro Cubano mantenía un puesto de cocteles y otros mariscos Soberanis, que más tarde como le iba tan bien, instaló otros en distintos sitios de la ciudad. Enseguida venía el bar Versalles del hermano don Demetrio Molina, dueño del Bar Chemas. Casi no acudíamos al Versalles puesto que la clientela estaba formada por personas de la tercera edad y más arriba. Después venía el Fililí, un café del Sr. Solís y ya se hallaba uno en los corredores del Palacio del Ayuntamiento como hasta la fecha. Luego ubicaba un bar de un señor Quijano, del cual ya explicamos en otras entregas que fue asesinado por una recua de borrachos debido a que no les sirvieron de gratis unas botellas de trago que exigían. En la esquina con la 61 había otro billar muy popular y al final el bar Los Calamares al que solíamos concurrir por la buena botana. En las puertas del corredor veíanse limpiabotas dando servicio en sillas muy altas. Hoy no hay ninguna en ese lugar.