
La noticia sobre la creación de la serie The Last of Us en HBO Max, protagonizada por Pedro Pascal y Bella Ramsey, y que tiene previsto para este 15 de enero, me ha recordado por qué fue tan difícil desconectar del videojuego original en el que se basa la serie. Por primera vez, un videojuego lograba crear una experiencia de inmersión y profunda conexión con los jugadores y las jugadoras.
Escrito por Neil Druckmann y ambientado en un mundo postapocalíptico, presenta una historia épica y aterradora: un hongo ha infectado a gran parte de los humanos convirtiéndolos en monstruos similares a zombis.
El videojuego nos pone en la piel de Joel, un superviviente a la infección que debe acompañar a Ellie, una joven inmune al hongo, en su peligroso viaje por Estados Unidos en busca de una cura para salvar a la humanidad. Pero el camino no será fácil, ya que tendrán que enfrentarse a la población infectada por el hongo y a otros supervivientes, organizados en comunidades armadas y dispuestos a luchar por los escasos recursos disponibles.
The Last of Us es un juego en tercera persona. Es decir, los ojos del jugador son externos al personaje, le siguen pero permiten una mayor visibilidad de los alrededores. Nuestro avatar, Joel, puede usar armas de fuego, crear herramientas improvisadas con elementos que encuentra en su entorno y moverse por el escenario libremente para evitar encuentros con los enemigos. También puede enfrentarse a ellos de forma directa o táctica. El juego en este aspecto es una atractiva combinación de supervivencia, combate, sigilo y exploración.
Con información de SinEmbargo