
A fin de cuentas, el tema de la película, “Ticket to Paradise”, es el contraste de dos parejas, una joven que se inicia en el amor; y la otra, adulta y destruida, pero ambas con nexos estrechos, porque los adultos son padres de la muchacha enamorada, a primera vista, de un exótico joven habitante de una isla ubicada en el otro extremo del mundo americano.
Pareciera ser que la propuesta de ese film, es volver al amor, sentimiento tan necesario para la vida humana. Indispensable, diría yo.
Todo en ella es bello, las aguas, los personajes, el ambiente ecológico, las montañas en la distancia, el cielo, la lluvia sin exabruptos y las costumbres atávicas de los pobladores de esa ínsula; Y los sentimientos de esa población, alejada de la civilización occidental.
Julia Roberts y George Clooney, atraviesan media circunferencia terráquea para rescatar a su hija de las garras de un amor rudimentario; amor -piensan ellos-, quizá pasajero, porque la muchacha pertenece a la civilización, es abogada y tiene un futuro brillante en el marco del confort americano.
Es obvio que tratan de evitar la boda y en ese punto surge el conflicto.
Toda esta situación es entre risas, pues hablamos de una comedia que va del presente al pasado y viceversa.
Desde mi butaca, gozando el sentimiento de aquellos jóvenes rodeados de un ecosistema de belleza incomparable y de acontecer cotidiano, pensaba: “¡coño, ¿por qué no dejan al mundo en paz, por qué todo lo tienen que tasar a partir de nuestros conceptos de bienestar? ¿Por qué modificar, o desaparecer todo aquello que nos parece salvaje, rudimentario y atrasado? ¿Cómo hacer para que no los invadan las autopistas, los hoteles de cinco estrellas, las hamburguesas, los hot dogs, las pizzas y todo el cochinero de la fast food y los productos chatarra?
Sin embargo, al mostrar esa película aquel marco de belleza, hace una invitación a todo el poder turístico americano, a entrar a dicho lugar con la piqueta, las grúas y las plumas mecánicas, para en lugar de árboles, levantar edificaciones al servicio de viajeros, cuya virtud es derramar dinero sobre la belleza que fue.
El final de la película es de suyo interesante, pues los padres de la chica, tienen un reencuentro sentimental, al darse cuenta Julia Roberts, que ella había sido la causante del deterior de la pareja, al sentir miedo de ceder su esencia, al tener que compartirse con su hija, el marido y los asuntos de ambos después.
Sentados en la banca de una barcaza que los llevara de nueva cuenta al confort y bienestar la vida americana, se dan cuenta que su amor allí estaba, que nunca se había ido a pesar de una separación física de más de veinte años.
Entonces, con enormes sonrisas concupiscentes, dan un salto a unas aguas de cristal, para volver al amor.
En esa película nos encontramos el caso de una comedia que diluye la filosofía, la profundidad de un contenido y la altura de metas en la sencilla vida del ser humano.
El reparto lo conforman George Clooney, Julia Roberts, Kaitlyn Dever (hija de ambos), Maxime Bouttier (el isleño del que se enamora la anterior), y Lucas Bravo, Billie Lourd, Murran Kain y Romy Poulier.
No entro en pormenores, porque no soy crítico de cine. Solamente he expuesto un sentimiento que me produjo esa obra cinematográfica.