Ya los hábitos han cambiado; el antiguo hábito del almuerzo familiar y su parafernalia han mudado de rostro. Hoy, muchos yucatecos acuden a los restaurantes o bares a la hora del almuerzo.
Antes, alrededor de la mesa hogareña encabezada por el pater-familias se reunían el ama de casa, los hijos del matrimonio y alguno que otro invitado, siempre familiar o una amistad muy cercana.
En la cocina reinaba la cocinera ayudada de una o dos auxiliares. No olvido a una torteadora (exclusivamente dedicada a disponer las tortillas del almuerzo, echándole todos sus pulmones a su trabajo y con un ojo observando el calentamiento de las dichas, que, iba enviando a la mesa principal para saciar el delicado paladar de sus patrones, los comensales. Hoy, en nuestro tiempo, estas mujeres, mayormente campesinas, solo pueden ser vistas en plena faena en los restaurantes de cocina regional por horas y horas. En otras palabras, la torteadora, con su huipil limpio aunque sudado por el encomiable esfuerzo, ha quedado como una postal o una instantánea para el turista.
En la cocina, de donde surgía el delicioso olor de la comida del día, podía uno observar los fogones sobre la hornilla y encima las grandes y pesadas ollas del potaje, el chocolomo o el frijol con puerco casi listo para ser engullido por los comensales. Vecino de la torteadora, veíase la ardiente figura de un comal, donde se fabricaban (llamémosle así) las tortillas, complemento indispensable del suculento almuerzo.
Actualmente muy pocos yucatecos pagan a una torteadora lo que merecidamente requiere por tan loable esfuerzo. Nosotros tuvimos una tal María, quien conocía muy bien su oficio, y su hija, la guapa mestiza Chabela, se consagraba al preparado del guiso o los guisos del almuerzo destinados al día.